RINCÓN del TIBET

Tú solo dime la verdad, yo ya veré qué hacer con ella

la verdad

A veces podemos decidir de manera unilateral, qué va a resultar mejor para la otra persona en cuanto a si decirle la verdad ya que la consideramos dolorosa o el decidimos mentirle con el argumento de protegerle del dolor.

Evidentemente el dilema no debería presentarse a estas alturas, sino en el momento en el que se puede evitar hacer lo que se intenta ocultar a base de mentiras… Aunque en algunas oportunidades no se puede hacer nada y la opción de decir la verdad o mentir puede ser la primera decisión a tomar.

Aclarando los escenarios, pondremos dos ejemplos:

1. He engañado a mi pareja.

Decir la verdad traerá una serie de consecuencias que quizás desencadenen en una ruptura no deseada o al menos no a través del móvil de la traición. Mientras que decir una mentira, sostiene el engaño original y condiciona la honestidad en la relación, de manera adicional al engaño original.

Lo ideal hubiese sido no llegar a engañar a la pareja.

2. Padezco de una grave enfermedad.

Decir la verdad a quienes se tienen cerca, puede causar mucho dolor, pero puede ser un puente que facilite un trayecto tan amargo como el que encierra una enfermedad. Mientras que mentir u omitir la información mantiene a los demás en desconocimiento, sin sufrimiento asociado, pero sin la posibilidad de hacer algo al respecto, sin poder de opinión y mucho menos de decisión.

Lo ideal es no haber enfermado, pero esto normalmente no es una acción generada.

Una vez aclarado que las mentiras no necesariamente provienen de algo que se pudo haber evitado, de un mal comportamiento o de un engaño preliminar, evaluemos un tanto más los efectos de quienes se ven alcanzados por ellas.

Cuando no te dicen la verdad, estos son los efectos de las mentiras

Las mentiras en términos generales destruyen la confianza. La palabra, una vez descubierta una mentira, no vale nada y cualquier cosa que se diga genera dudas.

Las mentiras se encadenan. Es muy complicado decir una sola mentira y no tener que acompañarle de algunas o muchas más que sustenten y den coherencia a la preliminar.

Son más comunes de lo que pensamos. Todos en alguna medida mentimos, algunos de manera patológica y otros como un simple mecanismo de comunicación.

No siempre tienen “patas cortas”. Las mentiras de las cuales llevamos estadísticas, son aquellas que han sido descubiertas, pero del otro lado, sin contabilizarse están aquellas que nunca llegan a descubrirse.

Las mentiras empeoran los escenarios. No importa lo que haya pasado, el mentir al respecto, siempre es un factor agravante en el caso de que esa mentira sea descubierta.

El que miente también se ve perjudicado. Más allá de que sea su estilo de comunicación, quien miente se ata una ficción, debe tener una excelente memoria, quizás cómplices, audacia, malicia y sobre todo, jamás relajarse.

Definitivamente la honestidad es un valor que no encontraremos como quisiéramos, pero que deberíamos practicar con mayor ímpetu. El darle al otro la posibilidad de decidir en función a la verdad, independientemente de qué tan afectados resultemos por ello, nos hace personas responsables, honestas y sobre todo valientes.

A veces mentir podemos verlo como el camino más fácil, pero lo que vemos es que la entrada es más iluminada, más amplia, pero el camino que nos espera es sumamente escabroso. Al contrario ocurre con decir la verdad, puede verse como un camino terrible, estrecho, tenebroso, oscuro, pero eso solo corresponde a la entrada, una vez que damos los primeros pasos, nos damos cuenta de que fue la mejor decisión.

Permitirle a los demás decidir sobre la verdad es una manera de respetarlos y valorarlos, incluso de resarcir culpas, en caso de que existan. No perdamos la oportunidad de dar lo mejor de nosotros, que siempre va acompañado de la verdad.

Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet

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