Y llega un momento que debes dejar de culpar a tus padres y responsabilizarte por tu vida
Es cierto que la influencia de los padres, así como sus acciones y decisiones afectan de manera directa y profunda la vida de los hijos. En el seno familiar se inculcan los valores que normalmente nos acompañan durante toda la vida, se enseña a amar y a compartir y además se orienta a un niño por caminos determinados, aun cuando no exista una predisposición a que tomen un rumbo u otro, siempre se procurarán acciones que sintonicen con lo que los padres esperan de sus hijos.
Como hijos siempre tendremos juicios, críticas y apreciaciones de lo que nuestros padres hicieron con nosotros, pasando por todos los aspectos imaginables y recordando con mayor intensidad aquello que nos dejó una marca profunda, bien sea por acción u omisión.
Siempre tendremos comentarios asociados a lo que nos daban de comer, a su forma de reprendernos, a su forma de comunicarse con nosotros, a la equidad y justicia en relación al trato hacia los hermanos (en caso de que existan). Opinaremos en relación a su influencia en lo que estudiamos o si nos permitieron practicar algún deporte. Seremos muy agudos si consideramos que de alguna manera nos maltrataron en nuestra infancia y adolescencia y por lo general todas nuestras conductas que no se adapten a los patrones de normalidad dentro de la interacción social, las asociaremos a las secuelas de ese trato que consideramos inadecuado.
Todos, en alguna medida podríamos responsabilizar a nuestros padres de algo con lo cual no nos sentimos a gusto, sin embargo, siempre tendremos la potestad de decidir cómo queremos vivir el resto de nuestras vidas. Podemos decidir seguir juzgando, guardando rencor y arrastrando un lastre de nuestra crianza o podemos decidir dejar todo aquello atrás y comenzar a tomar la responsabilidad de cada uno de nuestros actos, sin la influencia de nada nuestro pasado.
Durante las primeras etapas de nuestras vidas, ciertamente somos muy dependientes, no logramos valernos por nuestros propios medios y es en estas etapas donde somos más vulnerables a las heridas emocionales que normalmente nos acompañan a lo largo de nuestras vidas. Pero depende solo de nosotros el sanar y soltar, el tomar el lápiz y ver qué tal nos va, sin endosar la responsabilidad de nuestras acciones sobre aquellos que con aciertos y desaciertos nos trajeron al mundo y en la mayoría de los casos, nos criaron.
Perdonar es crucial, sentirnos merecedores de afecto y de respeto y entender a nuestros padres nos da herramientas que nos facilitan el camino. Nadie es perfecto, los padres pueden cometer los más grandes errores, pero la mayoría de las veces no es algo personal, en casi todos los casos, los padres aman a sus hijos, pero eso no es garantía de que puedan hacer bien las cosas. La madurez, sus creencias, su religión, sus recursos económicos, sus patrones de crianza, etc. pueden marcar la manera de orientar y amar a sus hijos, algunas veces, resultando perjudicial. Pero debemos entender que todo el mundo hace lo mejor que puede con los recursos que tiene.
Partiendo de esto, podemos quitarnos con mayor facilidad el papel de víctimas y ver con agradecimiento y compasión lo que llegaron a hacer nuestros padres con nosotros… Mientras más temprano logremos sanar las heridas que podemos venir arrastrando, más sencillo se nos hará actuar de la forma más beneficiosa para nosotros y para quienes nos aprecian.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet