RINCÓN del TIBET

Algo en mí murió ese día, aunque no me mato …

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No me mató, pero algo murió en mí ese día

Vemos con preocupación la cantidad de casos de maltrato hacia la mujer que se presentan a nivel mundial, la mayoría de los cuales son propinados por aquellos hombres que aseguran amarles. El “amor” con maltrato es un juego muy peligroso que acaba poco a poco con la víctima, trayendo consigo los peores desenlaces… la muerte en sí o en un caso menos extremo la muerte de parte esencial de la víctima.

Ningún acto de violencia puede ser visto con indiferencia, puede ser pasado por alto, porque ellos llevan consigo el mensaje de la personalidad de quien los lleva a cabo y el riesgo que corre la víctima a su lado. Ni la violencia psicológica, ni la física pueden ser los puntos de partida de una relación.

La violencia psicológica tiene muchos matices, puede ir desde los silencios que reflejan desprecio y desinterés, hasta la humillación, la vejación, la intención de aniquilar moralmente a una persona.

Lamentablemente la violencia cuando no es tratada, nunca va a menos, por el contrario, los perfiles de las personas violentas, abusadoras, agresivas, se caracterizan por ser personas amenas, ser buenos conversadores, dan la impresión de poder proteger a sus parejas, pero esto es solo en las fases iniciales o lo que muestran a la mayoría del mundo.

Poco a poco ellos con cada vez menos autocontrol, van dejando salir a la luz su lado más oscuro, teniendo mayor efecto en sus víctimas. Los “te amo” vienen con mayor frecuencia luego de algún ataque, los celos se colocan de manifiesto, la necesidad de control, la necesidad de que su víctima se adapte a sus maneras y a lo que ellos quieren, que sus amistades sean los que ellos aprueban, que sus salidas estén prácticamente autorizadas por ellos.

Quieren controlarlo todo, la manera de vestir, de hablar, de saludar a sus amigos, sus redes sociales, la vestimenta, las palabras, los silencios… Y cualquier cosa que se desvíe de lo que ellos esperan es motivo suficiente para un acto de agresión.

Es común escuchar, pero si la trata así, por qué no lo deja, ella está allí porque quiere, a ella como que le gusta que la traten de esa manera, en fin… Muchos juicios y comentarios vienen de la boca de personas que pueden percatarse de la situación. Sin embargo, solo el que es patológicamente masoquista, disfruta el ser maltratado. La esencia de la víctima se va a menos, la seguridad, el miedo, la vergüenza, la frustración, el dolor es lo que invade su ser, se van anulando como personas a lo largo del tiempo y sencillamente están tan fracturadas por dentro que no saben cómo reinventarse.

Resulta muy doloroso ver apagarse a una persona por el maltrato, ver como su identidad se viene a menos, ver como se mantiene en pie solo por ese coraje que cree ya perdido. Pero nunca es tarde, siempre hay cosas que hacer, lo más sano es alejarse de la persona maltratadora, pueden acudir a terapias, pero lamentablemente, este profundo problema difícilmente se modifica en las personas violentas, cualquier cosa sirve de detonante, es complicado que cambien, para ellos siempre habrá una excusa, una provocación, un lo lamento y un perdóname listo para entregar luego de haber vulnerado a su víctima.

Buscar ayuda es esencial, a personas con criterio, que sean capaces de brindar una orientación oportuna, que puedan brindar apoyo logístico, que ayuden a las víctimas a reencontrarse con ellas mismas. Ciertamente ellas tienen la capacidad de hacerlo por ellas mismas, sin embargo pueden estar tan agotadas y haber perdido tanto la confianza en ellas mismas, que les resulte imposible.

Cualquier ayuda o aporte es positivo, eso de yo no me meto en eso porque son problemas de pareja, dejémoslo de lado las veces que sea necesario para ayudar a alguien que es evidente que lo necesita. No seamos indiferentes ante el dolor ajeno y entendamos que nadie que es maltratado le gusta estar en ese rol.

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