No llores porque se terminó, sonríe porque sucedió
Solemos apegarnos tanto a lo que sucedió, que muchas veces se nos hace imposible agradecer haber vivido una experiencia que nos enriqueció tanto, que nos aportó, que nos hizo crecer y que sencillamente tuvimos la dicha de vivir.
Siempre queremos más de lo que nos gusta, por lo general nos comemos el último bocado de helado con más nostalgia que satisfacción y es que por lo general enfocamos lo que sucedió de la forma más perjudicial posible.
Ser conscientes de que todo cambia, de que todo lo que está arriba baja, de que lo que hoy nos hace reír, probablemente mañana nos hará llorar, nos permite disfrutar nuestras experiencias con un nivel más elevado de agradecimiento, con la comprensión de que lo que hoy sucedió puede o no estar mañana y debemos simplemente vivirlo, sin el miedo a perderlo, sin la ansiedad de que pueda no estar, solo disfrutando y dando lo mejor de nosotros.
Debemos ser agradecidos con lo que sucedió, de vivir experiencias que nos hacen sonreír, en las cuales nos sentimos plenos… Y si llegase a acabar debemos sentirnos satisfechos, porque tuvimos la oportunidad de experimentar un sentimiento que probablemente nos sea posible guardar toda la vida, de donde podremos alimentarnos cuando lo necesitemos. Pero eso sí, sin culpas, sin resentimientos, sin miedos, procurando atesorar aquello que nos nutre y no agregarle ningún tipo de componente que nos abra la puerta del drama.
Solemos empeorarlo todo a través de nuestra mente inquieta, mentalmente nos condenamos a que hemos perdido aquello que queríamos conservar toda la vida, que nunca amaremos de alguna forma determinada, que nadie se acercará a nosotros con las mismas intenciones, que la vida ha acabado junto a algún final, que ya no tendremos ni siquiera con quien celebrar una fecha importante, que nadie se percatará de ese gesto que hacemos cuando estamos nerviosos… en fin… solemos condenarnos mentalmente a través del drama y de esta forma se nos hace mucho más difícil superar ciertas situaciones de nuestras vidas.
Así que si tenemos las herramientas, por qué no utilizarlas a nuestro favor, enfoquémonos en lo positivo, en aquello que nos hará superar con facilidad lo que nos pudiese generar dolor. Muchas veces nos centramos en el dolor y sentimos una necesidad infinita de sentirnos mal, de despecharnos, de llorar y sufrir… Si eso es lo que te pide tu cuerpo, hazlo, pero acótalo en tiempo, evalúa hasta qué punto es tu mente y no tu corazón el que alimenta ese sufrimiento y poco a poco procura cambiar esa actitud por otra de agradecimiento y plenitud.