Las personas egoístas se caracterizan por no saber amar a nadie más que a ellos
Muchas personas confunden el amor propio con egoísmo, sin embargo, no es necesario ser desconsiderados con los demás cuando sentimos amor por nosotros mismos, de hecho el amor por nosotros mismos, nos hace de alguna manera ver a los demás desde el enfoque de la nobleza, de la bondad, procurando para otros lo que quisiéramos para nosotros mismos.
Las personas egoístas solo piensan en sí mismas, no tienen espacio en su mente o en su corazón para otros. Por lo general son mezquinos con sus sentimientos, porque todo lo que salga de ellos para alguien más representa una pérdida.
De manera adicional, las personas egoístas no conforme con que les cuesta dar, pretenden que todo el mundo gire en torno a ellos, que los demás consideren sus demandas y necesidades como prioritarias. Exigen tiempo, atención, espacio, afecto de todo el que les rodea, sintiéndose el centro alrededor del cual el resto debe gravitar.
Relacionarnos con personas egoístas puede ser muy desgastante y caer en su juego, por lo general manipulador, para llamar la atención, puede ser nuestro principal drenaje de energía. Cuando alguien pide, exige, demanda sin cesar, sin ofrecer nada a cambio o al menos un mero reconocimiento, lleva a menos a todos los que le rodean y siguen sus pautas.
Cuando la personas egoístas dan un poco de sí mismos en pro de alguien distinto a ellos, esperan con ansias la placa grabada, el trofeo o la insignia propia del reconocimiento. Para las personas egoístas no es habitual tomar acción por otros sin que esto represente un beneficio personal, normalmente todo lo que hacen lleva consigo un plan para obtener algo que quieren, incluso cuando se muestran dadivosos, espléndidos y caritativos, por lo general existen letras pequeñas en sus actos que hablan de cómo se verá beneficiado.
Cada quien tiene derecho a ser lo que sus recursos le permitan, pero a su vez todos somos responsables de darle alcance en nuestra vida a los demás. Si tenemos a alguien egoísta cerca, no permitamos que nos lleve por su camino, tratemos en lo posible de enseñarle lo gratificante que es dar, ayudar, enseñar, inclusive cuando esto no genera una utilidad a modo personal, más que la satisfacción de que hemos contribuido de alguna manera a la vida de alguien, ése el premio, ésa es la ganancia.
Algunos a fuerza de tropiezos, de perder afectos, de sentirse aislados, van progresivamente aprendiendo a querer, les va importando más algo que esté más allá de sus narices y logran generar un equilibrio entre el dar y el recibir, aunque en el fondo solo vean sus acciones como el puente para llegar a su objetivo.
En todo caso no confundamos el amor propio, con orgullo, con prepotencia y mucho menos con egoísmo, porque ninguna de estas características está asociada al amor verdadero. Debemos pensar en nosotros, en procurar conectarnos con nuestra felicidad, pero también debemos aportar al otro lo que esté a nuestro alcance con el fin de al menos facilitarle el camino y entender que cada quien libra su batalla personal y si nos apoyamos y cuidamos los unos a los otros, salir victorioso será mucho más sencillo.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet