Si escondes tu dolor, sentirás cómo te carcome por dentro
Una de las peores cosas que podemos hacer frente al dolor es esconderlo, no solo ante los ojos de los demás, sino de los nuestros, pretendiendo que no existe, que no está, evitando los detonantes, sin ocuparnos de él.
Todos estamos expuestos al dolor, muchas situaciones de la vida están inevitablemente asociadas a él, aunque depende de cada uno el manejo del mismo, incluso depende de cómo etiquetamos y procesamos los episodios que normalmente son dolorosos, y no debemos esconderlos.
Una ruptura, la muerte de un familiar, una pérdida material, un cambio con consecuencias no deseadas, una enfermedad, y muchas otras cosas son detonantes de dolor para quien las vive. Pero si aprendemos a manejar las diversas situaciones en pro de nuestro crecimiento, no transformaremos ese dolor en sufrimiento.
El poder que le damos, el apego que generamos a ciertas cosas es lo que nos hace sufrir y en lugar de esconderlo, tenemos que darle un enfoque diferente para transmutarlo. Estar conscientes de qué es lo que nos produce dolor nos simplifica la vida, pero hacerlo de manera objetiva resultará de mucha utilidad.
Por ejemplo si atravesamos una ruptura amorosa, es lógico sentir dolor, por muchos motivos, por la importancia que se le dio a la relación o la persona, por los proyectos rotos, por los recuerdos, por la ausencia, por el miedo a empezar de nuevo, pero si atajamos el sentimiento de dolor y lo disgregamos, podemos notar que generalmente que lo que nos hace sufrir es agregar mayor drama a la situación.
No nos basta saber que debemos recomenzar, sino que podemos torturarnos pensando en que más nunca amaremos de la misma manera, que nuestros hijos no tendrán los ojos de quien amamos, que nadie nos consolará de la misma manera, que nunca alguien más sabrá cuántos lunares tenemos en el cuerpo, en fin, podemos ser tan creativos para dramatizar como tiempo invirtamos.
Seamos prácticos ante las situaciones, entendamos que un fin, no es solo eso, es generalmente el comienzo de algo nuevo, deseado o no es una oportunidad, aprendamos a aceptar, a perdonar, a dejar ir, evitando dramatizar, intentando que nuestra mente trabaje a nuestro favor. Esto de manera automática trae a la luz el dolor y junto a él su paulatina desaparición.
Pero si nos enfocamos en esconderlo, en quedarnos anclados, en no aceptar ni siquiera que nos duele, es no ser honestos con nosotros mismos, asumiendo el dolor como una de las etapas del proceso, terminaremos carcomiéndonos por dentro y generando las peores reacciones de nuestro cuerpo, que por lo general nos habla para llamar nuestra atención, para sanarnos de esas heridas que no podemos ver, pero que de igual forma necesitan ventilarse, atenderse y cuidarse para cicatrizar.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet