El orgullo es un enemigo silencioso que carcome nuestra alma y que crea distancias con aquellos a quien amamos. Tanto es así, que podríamos decir sin equivocarnos que es una de las debilidades más comunes en el ser humano, esa que sin lugar a dudas, conocerás en piel propia con alguno de tus familiares y amigos.
El orgullo es autodefensa, es poner límites alrededor de uno para alzarse como la única voz aceptable, como el único punto de vista donde reside la verdad. El corazón orgulloso no sabe de empatía, de humildad y aún menos de ese amor sincero que acepta la diferencia y que sabe escuchar.
Te invitamos hoy a reflexionar con nosotros sobre esta pulsión que todos deberíamos aprender a moderar.
Las dos caras del orgullo
Es importante definir en primer lugar qué entendemos por orgullo. Aunque no lo creas, gestionado y utilizado de forma saludable y positiva, puede ser muy enriquecedor para nuestro crecimiento personal:
- Nos permite valorarnos a nosotros mismos como personas capaces de hacer cosas, de construir cosas. De alcanzar nuestros propósitos.
- No hay nada malo en aceptar y en sentirnos bien con nosotros mismos cuando conseguimos algo. Conseguir un buen trabajo de acuerdo a tu formación y esfuerzos, es algo que debe enorgullecerte. Formar una familia plena, feliz y llena de armonía, debe también llenarte de un saludable orgullo.
El orgullo adquiere su cara más negativa en el momento en que aparece la SOBERBIA. Ahí donde uno es incapaz de asumir errores o defectos, ahí donde se actúa con una marcad prepotencia vulnerando incluso los derechos de los demás.
Las personas marcadas por la soberbia, son incapaces de establecer un vínculo adecuado basado en el respeto y la comprensión. Nadie podrá nunca crear una relación duradera si se excede en ese amor propio donde uno mismo, se ensalza como el más fuerte, como alguien que lejos de tener vacíos o flaquezas, es autosuficiente.
Ahora bien ¿qué hay en ocasiones bajo este tipo de personalidades regidas y alimentadas por el orgullo más extremo?
- Aunque nos sorprenda, bajo estas personas de apariencia fuerte y grandilocuente, se esconde una baja autoestima. En su esencia más íntima son inseguras, desconfiadas y marcadas por muchos vacíos. Todo ello se reviste de un gran orgullo como mecanismo de defensa simplemente, “para aparentar”.
- Es habitual que las personas muy orgullosas oscilen entre la soberbia y el victimismo: “yo soy esa persona que ha levantado esta familia, me lo debéis todo a mi, y sin embargo nunca me lo agradecéis y me dejáis solo/a”.
La necesidad de equilibrar nuestro orgullo
Tal y como te hemos indicado antes, el orgullo, en sus mismas raíces, no es un afecto peligroso o negativo. El momento en que empieza a “enfermarnos”, por así decirlo, es cuando nos dejamos llevar por los extremos o cuando deseamos ocultar nuestras carencias.
- Si alguien te ha hecho daño en alguna ocasión, si hirieron tu corazón, no actúes de modo orgulloso pensando que no vas a confiar en nadie nunca más. No hagas de tu orgullo una barrera de protección pensando que así vas a evitar que nadie más vuelva a hacerte daño, porque lo que vas a conseguir es solo establecer distancias con el resto del mundo.
El orgullo debe ser un río en calma que fluya de tu interior. Debe contener tu corazón para que en él, puedas ver los reflejos de tus logros, de tus capacidades y de las cosas nobles que has construido.
Nadie es egoísta ni soberbio por reconocer que con su esfuerzo, a conseguido levantar un hogar y alcanzar sus sueños. Tampoco lo eres si te ves a ti mismo como alguien capaz y valiente que merece ser feliz, que merece que se le quieran.
Ahora bien, si en algún momento permites que se desborde ese río en el que fluye tu orgullo, te irá ahogando por dentro. Se romperá el equilibrio y marcarás distancias insalvables con aquellos que te rodean.
El orgullo con sabor a soberbia suele estar habitado casi siempre por estas ideas:
- Tú no puedes entenderme
- Lo que yo veo es lo único que vale y que es cierto.
- Tú no eres capaz de reconocer todo lo que he hecho por ti y lo que me sacrifico.
- Mi verdad es la única que vale.
- Lo que puedas decir no tiene importancia para mi.
Debemos tener especial cuidado con estas dimensiones en nuestras relaciones afectivas. El orgullo, suele alzarse como un enemigo poderoso en ese intercambio cotidiano con lo que “yo quiero” y lo “que tú quieres”, con “lo que es bueno para mi” y lo que es “bueno para nosotros”.
Hemos de comprender que todos somos orgullosos en nuestras emociones, que tenemos necesidades y que esperamos determinadas cosas. Ahora bien, la clave está en dejar la soberbia bien encerrada, y trasformarla en humildad. En comprensión cotidiana, en esa empatía que sabe entender, ceder, y a su vez, reconocer faltas y errores propios.