“Cree en ti, aunque nadie más lo haga.”
“Cree en ti, aunque nadie más lo haga.” Suelo releer esa anotación de tanto en tanto, no por su calidad (que no sé si la tenga) sino para reafirmar lo que ya sé.
Me reafirmo en que yo soy la persona que mejor me conoce. Sé de mis virtudes, de mis defectos, de mis metas y de mis fuerzas para luchar por ellas. Y todo esto se cumple para ti también, por supuesto.
Necesito recordarlo porque, no sé en tu caso, pero a mí en ocasiones se me tambalea la confianza en mí misma debido a los temores que me infunden otras personas.
El miedo es una conducta aprendida, casi siempre. Y no sólo aprendemos miedos en primera persona, sino que parte de esos temores nos son inculcados por otros:
- No vayas por ahí, que te vas romper la crisma.
- No te comas esa galleta, que te vas poner como una foca y nadie te va a querer.
- No estudies filología, que te vas a morir de hambre debajo de un puente.
¿No es injusto con nosotros mismos que “heredemos” los temores de otros imponiéndonos más limitaciones?
Yo creo que sí. De vez en cuando hay que reforzar la fe en nosotros mismos para evitar que los miedos ajenos nos ahoguen.
Hay veces en las que no se trata de miedo, sino de envidias, excepticismo… o lo que sea. Es igual. En cualquier caso, necesitamos “desaprender” esa lección que nos brindan. ¡Necesitamos volar!
¿Qué hacer con los agoreros?
1. No tomarlo de manera personal
Cuando alguien llega con sus temores y los vuelca sobre ti, no es la persona quien te habla, sino su miedo.
En lugar de sentir indignación o un enfado monumental, siente compasión por él/ella. Ya tiene bastante con la prisión en la que vive.
2. Usar esa energía para impulsarte
Que te insuflen miedos puede convertirse en todo lo contrario: en un trampolín providencial.
Yo lo aprendí cuando a mis padres les daba miedo que montara en bicicleta. De niña, veía a todos los niños pasear con la suya y, claro, yo también quería hacerlo.
Tenía tantas ganas, que el miedo que mis padres querían que sintiera se transformó en un enorme deseo de demostrarles que podía pasear en bicicleta sin terminar escayolada hasta las pestañas. ¡Y lo logré!
¿A que da una enorme satisfacción cuando demuestras que el miedo no ha podido contigo?
Naturalmente, puedes fallar. Pero el fracaso de lo que se intenta duele menos que el fracaso de no haber desafiado los temores.
3. Estar cerca de gente que te apoye
Esto también es un buen antídoto contra el miedo: Elige sabiamente a tus compañeros de aventura. Osea, rodéate de buenas compañías.
Y si en este momento no encuentras a alguien que te escuche, que te ayude a buscar soluciones, que te anime, etc., al menos, cuídate de aquél que quiera cortarte las alas sólo porque él/ella no se atreve a volar. Cuestiona esas lecciones y elige por ti mismo.