A veces es mejor seguir como si nada, como si nadie, como si nunca…
Una de las mejores cosas de la vida es que podemos decidir lo que nos afecta y lo que no, a lo que nos aferramos y lo que soltamos, en que invertimos nuestras energías y qué dejamos pasar… Y entre todas las opciones que tenemos, muchas veces resulta de utilidad continuar como si nada nos hubiese pasado.
Esto no se trata de no tomar el aprendizaje de cada experiencia, no darle el lugar que le corresponda a cada quien, ni mucho menos ignorar nuestro pasado, se trata de no engancharnos a nada de lo que nos haya ocurrido con lo que no nos hayamos sentido a gusto, se trata de no permitir que nuestro pasado nos defina, se trata de no permitir que una mala experiencia se convierta en una mala vida, de que no llevemos a cuesta los dolores del pasado y poder continuar ligeros de equipaje.
Démosle a cada experiencia la posibilidad de nutrirnos y escojamos atravesar la vida sin que ella nos atraviese a nosotros. Si algo no ha dado los resultados deseados, no debemos cargar con la culpa o el resentimiento. Si alguien no ha podido permanecer a nuestro lado o bien la experiencia ha sido más dolorosa que otra cosa, pues no nos aferremos y no permitamos que las próximas oportunidades que se nos presenten estén bajo la sombra de la frustración, del miedo o de un corazón que no puede sanar.
La recuperación de nuestras heridas depende solo de nosotros, si decidimos dramatizar, generarnos dolor, seguro que podremos extender durante un tiempo indeterminado el sufrimiento y podemos hacer las heridas cada vez más profundas, imposibilitando su cicatrización.
Esto corresponde a un proceso del ego y no del corazón. El ego a través de la mente crea terribles escenarios y no nos da la posibilidad de salir a la superficie sin mostrar nuestro estado de quiebre. Desde allí mismo, debemos decidir lo que resulta más saludable para nosotros, lo que nos permite crecer sin una cuota de sufrimiento extendida.
No nos carguemos de nada que nos genere malestar, digamos adiós, soltemos, aprendamos a dejar ir o alejarnos cuando lo consideremos oportuno y sin recelos miremos el futuro con la esperanza y la inocencia de un niño, con la confianza de que lo mejor está por presentarse en nuestras vidas, como si nada malo nos hubiese ocurrido jamás.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet