Se llama calma… Y me costó muchas tormentas conseguirla
Las situaciones complicadas de nuestras vidas suelen traer con ellas, además de mucho pesar, lágrimas frustración, dolor y un sinfín de sentimientos nada deseables, muchísimo crecimiento, mucha experiencia que nos sirve para fortalecernos, para conocernos, para entender algunas veces el porqué de las cosas y otras sencillamente para aceptar.
En medio de las vivencias que logran hacernos tropezar, inclusive caer, que exigen de nosotros entereza, fortaleza, confianza y ponerle a la vida todas nuestras mejores intenciones, tenemos la oportunidad de sacar de cada experiencia un aprendizaje, y eso es sin duda lo más valioso, porque esto nos carga de energías para afrontar o evitar situaciones similares, nos da lo que necesitamos y nos ayuda a florar esos recursos que muchas veces ni siquiera sabemos que tenemos.
Una de las cosas más útiles que podemos obtener cuando la turbulencia de la vida nos arrastra es saber encontrar la calma, saber mantenernos al margen de lo que vivimos, saber interpretar los hechos de forma tal que no nos afecten en demasía.
La diferencia entre tener calma o no en nuestras vidas, no radica en afrontar o no inconvenientes, se trata de poder refugiarnos en nosotros mismos independientemente de las circunstancias.
Por más intensa que sea la tormenta, el espíritu ha de permanecer siempre impasible. ― Jiddu Krishnamurti
Encontramos calma cuando podemos desapegarnos de una situación, cuando no nos identificamos con nuestros pensamientos o sentimientos, cuando estamos conscientes de que todo cambia, de que todo es transitorio, cuando dejamos de agregarle drama a un conflicto, para hacer la situación más complicada y sentirnos peor, sino que podemos ser pragmáticos, sin perder nunca la sensibilidad, pero entendiendo que no somos la circunstancia, que estamos por encima de todo ello.
Cuando en nuestra vida nos hacemos conscientes de que somos mucha más de lo que vemos, cuando activamos nuestra parte espiritual, se nos hace mucho más sencillo transitar por el camino de la vida, sin perturbarnos, sin asombrarnos, sin esperas, sin ansiedad, sin miedos, solo con la firme convicción de que son trayectos que seremos capaces de manejar y los peores escenarios solamente son terribles en nuestra mente, pero cuando los llevamos a una consciencia plena, entendemos que son inclusive irrelevantes.
Muchas veces para llegar a ese nivel de consciencia, es necesario pasar muchas tormentas, inclusive tocar fondo, pero ningún momento es tarde para vernos beneficiados con la capacidad de calmar nuestra mente inquieta, para dejar de torturarnos con el pasado, para dejar de preocuparnos por el futuro y sencillamente aceptar y disfrutar del presente, como si cada uno de los elementos presentes los hubiésemos colocado personalmente en nuestro lienzo para vivir ese capítulo, porque en realidad es así, somos responsables de cada una de las cosas de nuestras vidas, estemos conscientes de ello o no.
Mientras más control de nuestra mente tengamos, que nada tiene que ver con disfrazar emociones, sino con la capacidad de observación como espectador de nuestra vida, seremos más capaces de sintonizar con todo aquello que armonizará con nuestro estado, permitiéndonos inclusive estar en calma sin muchos esfuerzos. Agradezcamos a todas las experiencias que nos permiten hacernos fuertes, aprender a ver el mundo de otra forma y sobre todo conocernos en esencia, que es la ruta más rápida para llegar a la calma.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet