Madurar es no tener la necesidad de responsabilizar a los demás
El responsabilizarnos de lo que ocurre en nuestras vidas, aunque suene natural, es menos frecuente de lo que nos imaginamos, reconocer que son nuestras propias acciones y decisiones las que nos han colocado en una posición particular, requiere tanto valentía como madurez.
Responsabilizarnos de nuestra propia vida, con sus aciertos y desaciertos es lo más cercano a la libertad, el hacernos cargo de nosotros mismos, en todos los aspectos, el sentir que somos los que construimos y formamos nuestra vida, nos hace conscientes de nuestra creación.
Resulta curioso observar a quienes hablan de sí mismos cómo marcan una notable diferencia entre sus éxitos y sus fracasos, cómo han tomado excelentes decisiones o han llevado a cabo acciones trascendentales que han resultado en éxitos, y cómo “la vida” le ha jugado malas pasadas que han procurado sus caídas.
Mientras menos responsables nos sintamos de nuestros resultados, menos control tendremos de nuestra vida. Victimizarnos no va a hacernos salir airosos de una situación, limitará el aprendizaje, nos hará creer que son los factores externos los que confabulan para que no obtengamos lo que queremos.
La vida tiene altos y bajos, pero en todos tenemos que responsabilizarnos, en todo está nuestra mano creadora, consciente o inconscientemente y si descartamos la necesidad de culpabilizar a cualquier agente externo de lo que vivimos, haremos que cada experiencia valga la pena, aprendiendo a concatenar los acontecimientos que vivimos.
Nuestras decisiones, nuestra actitud, nuestro temple son las que definen nuestro rumbo. Nada de lo que nos ocurre es casual, todo arroja una lección, pero la lección principal que debemos aprender y aplicar es que nadie debe ser responsabilizado por lo que ocurre en nuestras vidas. El “yo no fui quien se comió el postre” de cuando estábamos pequeños, cuando teníamos la cara aún embarrada de chocolate, no resulta tan gracioso cuando crecemos.
De hecho resultaría de utilidad inculcar a los más pequeños el valor de responsabilizarse de sus acciones, no importa lo que hagan, ni las consecuencias, si no asumen su responsabilidad o peor aún, culpan a otro, siempre tendrá resultados peores, que lo desfavorecerán.
No se trata de andar cargados de culpas, ni castigarnos por lo que es hoy nuestra vida, ni por algún evento aislado, se trata de entender que tenemos libertad de acción y decisión y de esto dependerán nuestros resultados. No es el gobierno, no es la pareja, no son los hijos, no es la lluvia, es lo que nosotros hacemos con todo el marco de cosas que tenemos a mano, cómo jugamos nuestras cartas a favor, cómo creamos las oportunidades y cómo tenemos el valor de reconocer cuándo pudimos actuar mejor, enmendando errores de ser posible o aceptando cuando no queda mucho más que hacer.