No tienes que convencer a nadie de que tú serás su mejor decisión
Si bien es cierto que todo en esta vida se resume en un proceso transaccional, también lo es que una vez que hemos establecido nuestra oferta, que nos hemos mostrado, que hemos asomado o expuesto abiertamente lo que estamos dispuestos a dar, no tenemos que seguir en una campaña promocional que intente convencer al otro de que nos escoja.
Una cosa es sembrar afecto, sembrar respeto, cuidar, inclusive prometer, pero tomarnos la tarea de interferir en una decisión que no fluye de manera natural del otro, no nos dejará otra cosa más que frustración y cansancio emocional.
Inclusive cuando el resultado es aquel por el cual hemos trabajado, quizás el no obtenerlo de manera espontánea, sino quizás forzada, alimente en nosotros una especie de insatisfacción, en donde nuestro ego, que no nos permitió retirarnos en un momento dado, ahora nos habla de su insatisfacción al tener al lado a alguien a quien tuvimos que convencer de que éramos su mejor decisión.
Todos tenemos el derecho de elegir libremente a la persona con la queremos estar y la misma libertad para decidir el momento en el cual queremos que eso ocurra, cuando hablamos de nuestros derechos, lo vemos muy lógico y justo, pero cuando hablamos en los derechos del otro, se vuelve todo un tanto más relativo, subjetivo y el argumento puede dejar de ser tan válido.
El punto es que ciertamente, así como nosotros tenemos derecho a escoger en quien queremos invertir nuestro tiempo y nuestras energías, pues la otra persona también lo tiene y eso significa que quizás nosotros no estemos dentro de sus primeras opciones.
Y si bien es válido el jugársela por quien nos interesa, de entrada tenemos que saber que el convencer a alguien de escogernos o de permanecer en nuestras vidas como queremos, puede resultar un proceso muy arduo e inclusive doloroso.
A veces no nos damos cuenta de que hay mientras nos aferramos a algo o alguien, perdemos la capacidad de apreciar un universo de opciones, entre las cuales de seguro está una que nos genere tranquilidad, seguridad, afecto, sin demandarlo, sino por iniciativa propia.
Alguno dirá, pero ésa no es la opción que me gusta, pero si no nos damos la oportunidad, eso jamás lo podremos afirmar, de hecho quienes han decidido soltar esas situaciones de apego en donde intentan constantemente venderse ante el otro, mostrando lo mejor de sí, en su gran mayoría se sorprenden gratamente, cuando se dan espacio para amarse a sí mismos y evaluar lo que atraen desde ese punto.
No tienes que convencer a nadie, eres adorable, amable, respetable tal y como eres y justo así vendrá alguien a apreciarlo, solo debes permitírselo y permitírtelo.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet