RINCÓN del TIBET

Un hogar no siempre es un lugar…

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Un hogar no siempre es un lugar, muchas veces es una mirada, unos brazos… un corazón

Solemos asociar el hogar a un espacio físico en el cual nos sentimos a gusto y resguardados, donde podemos hacer lo que queramos y hemos desarrollado una adaptación para que nuestra estadía allí sea lo más cómoda y placentera posible.

Sin embargo, el hogar no siempre está contenido en un espacio o una estructura, muchas veces nuestro hogar, el lugar a donde sentimos pertenecer está en alguien, en un afecto, en esa persona que nos cobija entre sus brazos, en esa mirada que nos calma y ese corazón que parece sincronizar con el nuestro, en esa persona con quien sentimos que todo tiene sentido, donde los problemas se hacen pequeños y nuestras alegrías se multiplican.

No todos tenemos la dicha de tener ese hogar, de tener a esa persona en la cual recogernos, para abrigarnos en su calidez y conciliar el sueño en los momentos de mayores turbulencias. Estas personas que representan un hogar lo hacen de cerca y lo hacen a la distancia, aunque el efecto no es tan reconfortante nos cargan de la armonía que necesitamos en nuestras vidas.

Algunas veces podemos distanciarnos de ese hogar, pero nuestro ser siempre querrá volver a ese sitio a donde fuimos felices, donde conseguimos calmar nuestra mente y sobre todo darle calor a nuestro corazón. No importa cuántas vueltas demos, si pasamos mucho tiempo sin ver a esa persona especial, el hogar no se muda, no cambia, y en el caso de ser alguien quien represente ese espacio, no importará el tiempo, cada vez que volvamos sentiremos siempre lo mismo.

El amor reside en nuestros corazones, cuando es verdadero, no cambia, no disminuye, ni se condiciona, y eso es lo que representa a esas “personas hogares”. No hay un tipo de vínculo específico, ese refugio puede ser representado por una madre, por un hijo, por una pareja, por un amigo, pero lo que sí es que sea quien sea, nos costará encontrar esa sensación en alguien más.

Siempre sabremos que sin importar lo que ocurra, tendremos la opción de permanecer en el refugio del amor que nos cuida, nos serena y nos alimenta. Las separaciones físicas dejan damnificadas a las personas que hacían vida o compartían el hogar en quien partió, pero esa sensación durará  el tiempo que tarden en darse cuenta de que el amor trasciende, de que no depende de si estamos o no presentes en este plano.

Será reconfortante entender que más allá de lo físico, está aquello que no entendemos, pero que nos abriga, nos protege y nos cuida de otras maneras menos tangibles… más sublimes y a partir de ese momento ese espacio es infinito y lo encontraremos en cualquier momento y lugar en el cual logremos conectar con la energía del amor.

Por: Sara Espejo

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