RINCÓN del TIBET

Un hijo no se pierde en la calle, se pierde dentro de casa

Un hijo no se pierde en la calle, se pierde dentro de casa

Es muy común escuchar que los jóvenes toman rumbos equivocados, desde la perspectiva de los valores normales de la sociedad, en la calle, con los amigos que frecuentan, en los colegios o universidades, dependiendo de las edades, pero la realidad es que lo que se fomente en el hogar es lo que predominará en la formación de cada niño, de cada joven.

Si los principios han quedado bien inculcados en el hogar, resultará mucho más difícil que exista una desviación conductual, que tenga como consecuencia el recorrido de un mal camino. Es muy sencillo librarse de responsabilidades, pretendiendo que la calle es el enemigo número uno de una buena crianza, pero mucho más difícil aceptar que son las fallas en el hogar lo que desencadenan una realidad indeseable.

Como padres o formadores de niños y adolescentes tenemos la responsabilidad de brindarles a los hijos una formación que no los permita quebrarse ante las tentaciones o invitaciones tóxicas que puedan recibir fuera de casa.

Lo primero que se debe tomar en consideración es establecer una crianza respetuosa, amorosa, que le permita al niño desarrollarse en un ambiente armónico, donde se sienta parte especial e importante dentro del esquema familiar. Es importante ofrecer al niño la seguridad que necesita para saberse capaz de resolver diferente tipo de situaciones que se le puedan presentar. El tiempo que le dediquemos debe ser de calidad, cargado de enseñanzas desde las más tempranas edades.

Cuando un niño tiene una autoestima sólida, tiene responsabilidades asociadas a su edad, tiene participación y su opinión es importante en el hogar, él podrá  en el momento que la edad y la madurez lo determinen salir a la calle a enfrentarse a la vida tal y como es y le será mucho más sencillo no meterse en problemas, no vincularse con determinado tipo de personas o sencillamente saber reaccionar ante determinadas situaciones que pudiesen poner en riesgo su bienestar.

Un joven que es amado, que es atendido adecuadamente, que sus necesidades afectivas han sido cubiertas, que no ha sido víctima de rechazos, maltratos, que no ha sido de ninguna forma vulnerado a lo largo de su corta vida, tendrá un autoconcepto que le permitirá tomar decisiones que estén alineadas con su bienestar.

Se le debe dar la suficiente información desde tempranas edades, ajustándolas a su capacidad de entendimiento, a su forma de ser y a los riesgos potenciales a los que pueda estar expuesto, partiendo siempre desde una buena comunicación que fomente la confianza en cualquier caso.

No se debe criar con medio, con presión, con chantajes ni materiales ni emocionales, el amor de casa debe ser incondicional, independientemente del comportamiento, de las notas, de la personalidad o cualquier otro factor, el amor de casa debe estar siempre disponible y esto debe estar absolutamente claro para el niño.

Todos somos diferentes, cada cabeza es un mundo y mientras más tempranas son las edades, es esto más evidente. Lo común en todos y principalmente en los más pequeños es la necesidad de afecto, de soporte, de sentirse queridos, amados, respetados, de sentirse parte de un núcleo que les aporta, que les suma. Por eso, lo más sencillo: ver a los ojos, hablar desde el corazón, abrazar, jugar, atender o sencillamente decir te amo, puede marcar la diferencia en los caminos que recorrerán nuestros hijos.

 

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