RINCÓN del TIBET

Tus penas no llegaron para quedarse, llegaron para cambiarte

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Tus penas no llegaron para quedarse, llegaron para cambiarte

Saca lo que tengas que sacar de tus penas y suéltalas porque no llegaron para quedarse. Las penas, los problemas, las decepciones, llegaron para ser maestros, pero no por ello deben ser considerados como compañeros de vida. No, vienen, nos tropiezan, quizás hasta nos revuelcan, nos aleccionan y no podemos adoptarlas, sino aprovechar de ellas lo que podamos y soltarlas.

Cada experiencia nos enseña algo, pero sin duda, aquellas que llevan consigo las mayores pérdidas o los más altos riesgos, son las que llegaron para ofrecer las mayores oportunidades de transformación. En principio no vivimos nada que no necesitemos en un momento determinado para nuestro crecimiento, esto a veces cuesta asimilarlo, pero aceptar esto como cierto, nos permite ver con diferente actitud lo que enfrentamos día a día.

Si nos enfocamos en la lección, evolucionaremos, pero si nos enfocamos en el sufrimiento sin verle la utilidad, nos engancharemos a la experiencia dolorosa y no podremos evolucionar y entonces sí que no habrá valido la pena.

¡Dígame cuando nos da por buscarnos revivir la experiencia una y otra y otra vez! A veces no nos damos cuenta, pero nos decimos a nosotros mismos, “creo que esto ya lo había vivido”, “no puedo creer que esté pasando por lo mismo”, “esta persona se veía diferente y terminó haciendo lo mismo”, “pensé que había triunfado al sanar esta parte de mí y ahora estoy nuevamente en el inicio”, en fin… Nos sentiremos transitando un camino conocido y no es casualidad.

Si no tomamos la lección, la vida se encarga de ofrecérnosla nuevamente y a veces creamos experiencias bastante similares o repetimos patrones para forzar los cambios que necesitamos. A veces solo es cuestión de aceptar que cada quien es como es, a veces es aprender a perdonar, a veces es entender que no podemos controlarlo todo y que debemos aprender a ser felices de forma independiente a las circunstancias.

Sea como sea, ninguna experiencia, buena o mala, permanece. Nada, absolutamente nada es permanente, lo cual es una maravilla cuando de problemas se trata y una invitación a valorar lo que tenemos cuando hablamos de lo que nos gusta, lo que amamos, lo que nos llena. Pero a pesar de que nada es permanente, tenemos una capacidad de extender en presencia y tiempo lo que genera drama en nuestras vidas y aun cuando la tormenta haya pasado, seguimos mojándonos con los recuerdos las lágrimas.

Aprendamos a soltar lo inconveniente, a tomar lo que genere beneficios y a vivir nuestra vida con el corazón abierto al amor y la mente abierta al aprendizaje, que entre tanto y tanto es nuestra alma la que evoluciona. Es nuestra verdadera esencia la que aprovecha esta experiencia en la medida que nosotros logremos entender nuestro verdadero propósito en este tránsito.

Fluye con cada experiencia, tus penas no llegaron a ti para hacerse parte de tu vida, sino para enseñarte a valorar la vida desde otra óptica. Aprovéchala cada vivencia, honra tus relaciones y agradece el crecimiento.

Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet

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