RINCÓN del TIBET

Que una palabra nos llegue al alma, depende de quien la diga

una palabra

Muchas veces una palabra puede hacer una gran diferencia, y no por la palabra en si, sino por quien la pronuncia, eso lo que realmente marca una diferencia en cómo nos afecta.

Para bien o para mal, lo que dicen los demás suele generar un efecto en nosotros, quizás lo más sabio sería no inmutarnos ante las palabras de alguien más. Pero estamos acostumbrados a reaccionar, unos más que otros ante la opinión, el juicio o cualquier manifestación que alguien nos dirige.

Hay rangos de susceptibilidad y de sensibilidad, pero más allá de estas escalas, se hace notar la importancia en quien nos dice algo, en el efecto que nos genera. Si es una persona que nos importa poco, quizás puede decirnos las peores cosas y no movernos en lo absoluto, o bien hacerlo de manera muy breve, que solemos olvidar con facilidad.

Los halagos, las declaraciones positivas, los reconocimientos, siempre nos harán sentir bien. Pero en ambas direcciones, sea positiva o no la percepción con respecto a cualquier palabra, cuando es alguien que realmente nos importa, nos puede llegar a afectar profundamente con una palabra negativa.

Si una persona que queremos nos agrede, nos insulta, nos lastima verbalmente, genera en nosotros una herida, que como cualquier otra, tendrá su tiempo para sanar. Las palabras que nos hacen daño, en la boca de un ser especial, suelen repetirse en nuestra mente más de una vez y solemos resentirnos por ello.

De igual forma, una declaración de amor, un reconocimiento, una invitación o cualquier palabra que nos haga sentir bien, pronunciada por alguno de nuestros afectos, se vuelve alimento para el alma, nos regocijamos en el afecto y la admiración que inspiramos en esas personas especiales y solemos darle un valor especial a esas palabras. Pero el valor real es proporcional a  la importancia que tiene esa persona en nuestras vidas.

De cualquier manera, antes de ofendernos o regocijarnos, es de utilidad aprender a no tomarnos las cosas de forma personal. Entender que las palabras que alguien pronuncia, incluso dirigiéndose a nosotros, no tiene necesariamente que ver con el efecto que generan.

Una palabra puede ser pronunciada en un marco de la emotividad, tanto positiva, como negativa, que podría restarle valor. También debemos recordar que una palabra juicios tienen que ver más con la persona que los pronuncia, que con la persona enjuiciada. Todo depende de una perspectiva y está atado a la subjetividad.

Aprendamos a escuchar, a tener filtros, a alimentarnos de lo positivo con una palabra, sin hacer crecer a nuestro ego, a identificar oportunidades de mejora, en aquello que podamos efectivamente ofrecer una mejor versión y tomar medidas sobre aquello que queramos modificar y sobre todo, aprendamos a ignorar lo que no nos nutre de ninguna manera.

Todo aquello que nos reste, que nos lleve a menos, que nos limite, que nos subestime, merece ser descartado a tiempo. A veces perpetuamos lo negativo que recibimos, esperando que quien lo dijo se retracte o se disculpe por ello, e invertimos tiempo y energías valiosas en ese proceso, que suele llenarnos de rencor y contribuir a una corza que nos aleja de los demás, con la excusa de protegernos.

En la vida vamos a escuchar de todo, seleccionemos con pinza lo que vale la pena almacenar en nuestra mente y en nuestro corazón, de cualquier forma, si no lo tomamos, no nos pertenecerá.

Recuerda que una palabra puede edificar o destruir….

 

Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet

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