No hay cosa tan cara como la que con ruegos se compra
Ciertamente hay cosas que queremos tener en nuestras vidas, para las cuales trabajamos, dedicamos tiempo, invertimos energía y nos esforzamos… bien sea por conseguirlas o por mantenerlas. Sin embargo cuando el precio de conseguir algo es nuestra paz o son nuestros ruegos, muy probablemente no valga la pena.
Nos referimos especialmente a los ruegos que no se dirigen a la divinidad, sino a aquellas personas que pudimos haberlas engrandado en nuestro proceso de búsqueda de realización en cualquier aspecto y ahora escuchan cuan todo poderosos nuestras súplicas para materializar en nuestras vidas aquello que buscamos.
Nuestro sentido del merecimiento debe ir en concordancia con nuestro sentido de supervivencia, de protección. Nada que atente más contra nuestra autoestima que depender de la benevolencia de otro para sentirnos realizados.
No podemos acostumbrarnos a rogarle a nadie, a mendigar o a tocarse su corazón para que participe de forma activa en aquello que por nuestros propios medios no nos es posible conseguir. Somos seres altamente capaces, pero algunas veces perdemos el norte y junto a él nuestra dignidad y nos sometemos a situaciones humillantes, como los ruegos, considerando que el beneficio de la humillación vale el esfuerzo.
Cuando las cosas no son espontáneas, merecidas, naturales, nos encontramos forzando las circunstancias, al forzarlas demasiado, algo se rompe y en estos casos es muy probable que seamos nosotros mismos.
¿De qué sirve pagar con nuestros ruegos y súplicas a otra persona por aquello que queremos? ¿Será gratificante o sostenible en el tiempo el resultado en caso de que bondadosamente accedan a nuestras peticiones? Si consideramos el ruego como alternativa es porque nos sentimos desesperados y cuando existe desesperación las cosas no fluyen de forma natural.
Inclusive podemos ver esto como una manipulación de nuestra parte, considerando tocar la parte más sensible del otro, considerando inspirar empatía y comprensión, pero en estos casos el resultado puede ser de lástima o de rechazo.
No estamos acá para ser vistos por nadie con lástima, aún en las situaciones más penosas, debemos buscar inspirar en los otros admiración, comprensión, gallardía, valentía ante la vida y esto implica aceptar cuándo no nos es posible obtener un resultado deseado, cuándo debemos marcharnos o sencillamente debemos soltar.
Aferrarnos a aquello que en condiciones naturales no se da, es la forma más común de sufrir, nos desgastamos, nos cerramos innumerables puertas, le pasamos de largo a la vida sin ni siquiera percatarnos, porque solo estamos dispuestos a ver aquello que desde el ego nos hará “feliz”. Obviamente es necesario entender que si debemos perder parte de lo que somos en el proceso, esa clase de logros no será realmente como solo en nuestra mente se proyecta.
Si queremos rogar, que nuestras peticiones estén orientadas a canales de luz, esos que de forma inexplicable sentimos que pueden interceder en nuestras vidas, inclusive de esta manera debemos cuidar aquello que pedimos. Es útil siempre en estos casos pedir sabiduría y discernimiento, fortaleza para aceptar y entendimiento de nosotros mismos y la situación y preservar nuestra esencia en todo caso, apartándola de lo que nos generará sufrimientos innecesarios.