Madres que terminan haciéndole daño a sus hijos
Comencemos por aclarar que entendemos la importancia del padre en la crianza de los hijos, sin embargo, independientemente de la presencia o participación de la figura paterna en el núcleo familiar, esta entrada irá dirigida al impacto de la madre en la crianza de sus hijos.
Ciertamente la maternidad no viene con un libro de instrucciones y es un proceso, que por más hermoso que sea, puede ser arduo, desgastante, de gran responsabilidad y muchas veces poco apreciado.
Dicen que cada quien tiene la madre que necesita, que independientemente si es juzgada como buena, mala, responsable, dedicada, dispersa, insensible, será exactamente lo que cada quien requiera para vivir esta experiencia llamada vida. Pero más allá de la validez de esta teoría, queremos rescatar algunos casos para mostrar el efecto perjudicial de cierto tipo de madres en relación a sus hijos:
Madres controladoras: El hecho de ser madres no significa que podamos o debamos controlar la vida de nuestros hijos. Podemos dar ciertas guías, pautas, sugerencias, pero no podemos pretender que ellos sigan a cabalidad la vida que nos gustaría para ellos y menos que se convirtieran en seres producto de lo que queremos que sean. Hay que dejar que piensen, que tropiecen, secarle las lágrimas e impulsarlos a seguir.
Madres con preferencias sobre sus hijos: Ciertamente hay un tema de afinidad en relación a los hijos. Quienes tienen más de uno pueden verse tentados a simpatizar más con uno que con otro y esto es normal, sin embargo, el amor debe ser igualmente repartido, sin caer en injusticias, parcialidades o demostraciones de desigualdad en la cantidad y calidad de afecto y cuidado.
Madres maltratadoras: El maltrato no es más que una demostración de control mal canalizada, se gana el respeto a través del miedo y se fomenta en el niño inseguridad, desconfianza rabia contenida, frustración y la sensación de quien le quiere tiene el derecho de maltratarle.
Madres que no quieren ser madres: Por lo general cuando una mujer trae a la vida a un hijo, el instinto de madre se apodera de ella y si no tenía muchas ganas de ser madre, eso queda en el pasado. Sin embargo, algunas mujeres mantienen ese sentimiento a lo largo de la vida, viendo a su hijo como la persona que cortó sus sueños, que limitó su vida y generó cambios indeseados para ella. Acá es necesario para la madre asumir su responsabilidad y perdonarse a sí mismas por no haber dirigido su vida como les hubiese gustado y aceptar a esa personita que no tiene culpa de su frustración y que necesita de su afecto y protección.
Madres sobreprotectoras: La necesidad de que nuestros hijos estén bien en común, pero hay que soltarles las riendas para que ellos aprendan a desenvolverse por sí mismos, hay que darles libertad y permitirles equivocarse, para que entiendan que es normal, que es parte de la vida y que lo más importante es levantarse y continuar. No podemos meterlos en una cápsula, no podemos guardarlos en un bolsillo. Ellos aunque parezcan frágiles, son muy fuertes, pero sus sueños pueden no serlo tanto, así que eso es lo que debemos cuidarles y protegerles.
Madres desprendidas: Así como están las sobreprotectoras, están las madres desprendidas de los hijos, que no se sienten cómodas alimentando un nexo que no le dé posibilidad de libertad y terminan rechazando a los hijos o bien buscando la manera de distanciarse de ellos lo más posible. Por lo general buscan actividades para los niños, a tiempo completo y para ellas procuran hacer cualquier cosa diferente a compartir con sus hijos. Los hijos por su parte se acostumbran a crecer sin su principal afecto, son como huérfanos de madre aun en su presencia.
Ser madre no es nada sencillo, pero sí es muy instintivo, sabemos cuando lo estamos haciendo bien y sentimos cuando no nos estamos destacando. Un buen indicativo es ver a un niño feliz, seguro de sí mismo, entusiasmado con la vida y que ama y respeta a su madre. Ser madre es una gran responsabilidad, trabajemos para que nuestros hijos no tengan que repararse de sus infancias.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet