Extraño esa época donde conversar no era sustituido por chatear
Ciertamente el mundo tecnológico puede estar dándonos una gran variedad de herramientas de comunicación. Ya no hay excusa para estar de alguna manera presente en la vida de quienes amamos, aun cuando la distancia física que nos separe sea realmente considerable. Pero como la mayoría de las cosas de la vida, por un lado tengo muchos recursos y ventajas al momento de querer manifestarnos en la vida de alguien y por el otro soy capaz de aislarme de quienes tengo al alcance de mi mano, con la concentración totalmente inmersa en la pantalla de un móvil.
Y sí, hemos perdido la costumbre de conversar, por lo menos de la manera en la cual se solía conversar antes, prestando atención a quien nos hablaba, estando allí para escuchar, para opinar, para mirar a los ojos… Ahora es evidente que el protagonismo de nuestras vidas se lo ha robado un dispositivo electrónico, que al parecer compite en inteligencia con nosotros, porque definitivamente sabe cómo meternos de cabeza en su mundo.
Vemos a padres y madres jugando con sus hijos y aprovechando cada oportunidad para tomar su teléfono, vemos parejas, que en lugar de conversar, conocerse y disfrutarse, se sitúan uno frente al otro con un celular cada uno, vemos muchos accidentes propiciados por el mal uso de los teléfonos al manejar. Inclusive vemos la vida de una pareja completamente expuesta en una red social, con el contenido cumbre de que si llegan a romper, sus estados pueden convertirse en un compendio de indirectas, reclamos y hasta amenazas.
Ciertamente cada uno de nosotros tiene la responsabilidad y el deber de acotar el uso de la tecnología en el manejo de su vida. Entendiendo que hay momentos para los cuales resulta inadecuado o perjudicial que nuestra atención se centre en un teléfono y que hay situaciones en las cuales debemos dar prioridad a lo tradicional: sentarnos junto a quienes son importantes para nosotros, estar allí para ellos, tomarnos un momento para verlos, para notar sus cambios.
Muchas veces nos aislamos tanto de quienes más cerca están que llegamos a no conversar con esas personas, a descuidar nuestros nexos, que olvidamos los propósitos de esos vínculos y en algunas oportunidades podemos perder a seres valiosos por no darles la importancia que necesitan.
Pongamos las cosas en balanza, observémonos y hagamos un buen uso de todos los recursos que están allí con la posibilidad de unirnos. Pero no perdamos las perspectivas, por lo general no pasa nada en una hora que nos desconectemos de Whatsapp, de Snapchat, de Instagram o de cualquier red, pero mientras nosotros nos sumergimos en esas redes, lo que sí puede pasarnos es la vida, con momentos que jamás volverán, con personas que crecerán, que partirán, que cambiarán y nos perderemos de todo ello, por no saber establecer límites sanos, por priorizar de manera automática y casi hipnótica el uso de nuestro tiempo.
Aprovechemos todo aquello que nos beneficie y retomemos esas bonitas costumbres de mirarnos a la cara, de conversar, de realmente escuchar y especialmente estar. Bajemos esas pantallas de vez en cuando y miremos ese atardecer, veamos nuestra suculenta comida, sin el objetivo primario de fotografiarle, leamos un buen libro, de esos que tienen páginas de papel, los clásicos, que eso es parte de la terapia de lectura, que todos necesitamos.
Démosle a nuestra vida forma, pero que esta no necesariamente tenga que encajar en la pantalla de un móvil.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet