Hay quienes tienden a tropezar varias veces con la misma piedra, aun prometiendo que no volverá a suceder. Y es que somos la única especie que repetimos más de una vez los mismos errores, nos tropezamos ante los mismos obstáculos y caemos en la trampa varias veces. Y lo peor, hasta parece que comenzamos a tomarle cariño a “esas piedras”.

Y es que los seres humanos nos llevamos la medalla de oro a la necedad, el masoquismo y la estupidez. Es como si todo ese dolor que llegamos a sentir por las equivocaciones, no fuera suficiente para evitar volver a reincidir y poner un alto, decir: ¡ok, hasta aquí llegué!

El cerebro tiene sus cosas, y una de ellas, es que se encariña con todo lo que le rodea y le facilita la existencia emocional. Lamentablemente, la idea de que el amor es sufrimiento y que entre más duela, más verdadero es, sigue vagando entre muchos todavía. ¿Por qué? Sencillo, ¡porque preferimos creerlo así! Por miedo, por comodidad, por dependencia o porque somos incapaces de admitir que nos hemos equivocado.

Nos obsesionamos, nos aferramos a historias tóxicas porque no tenemos una puta idea de qué pasará con nosotros luego de eso y elegimos los momentos fugaces de felicidad que nos dan en la cama o luego de una pelea, aun por encima de nuestra paz mental, de nuestra salud emocional y , sobretodo, por encima de nuestra autoestima.

Es cierto que quizá necesitamos piedras de vez en cuando, sobre todo cuando estamos aprendiendo. Pues es difícil darnos cuenta de que somos capaces de hacer las cosas bien, si antes no nos equivocamos un par de veces. De hecho, en algunos casos, las personas tropezamos una y otra vez en la misma piedra, porque también influye el inconsciente, que nos traiciona y no nos deja cambiar. Nos situamos tanto en nuestra zona de confort, que realizar determinados cambios implica ciertos sacrificios que no estamos dispuestos a pagar.

El día que tengamos la fuerza suficiente para decir “me quiero más a mí, que a ti”, “no me conformo con esto en mi vida” y tomemos las riendas de nuestras emociones, el dolor pasará, los recuerdos cada vez serán más lejanos y la determinación de que es mejor así, cada vez será más fuerte; entonces descubriremos esa puerta de salida.

Es posible superar nuestras limitaciones, defectos y problemas. No pasa nada, errar es de sabios, pero si aprendemos a dar un paso al lado en el momento indicado, podemos evitarnos años de dolor y tortura. Lo importante radica en el valor de volverse a levantar y seguir un camino diferente, y que si tropezamos una vez más con una piedra… la quitemos del camino, la brinquemos o hasta la pateemos por nuestro bienestar. Saber ver lo que nos hace daño y tener la capacidad de saberlo apartar nos asegura que, al menos, con aquello no volveremos a tropezar.

¡Sí, lo sé! hay piedras que besan muy sabroso, pero es el único buen sabor que dejan en nuestras vidas; por eso, más vale sola y tranquila, que acompañada y permanentemente atormentada. No desperdiciemos nuestros mejores años tropezando una y otra vez con la misma piedra, que sólo caeremos más al fondo y, a veces sin siquiera haber terminado de pararnos.

Mejor levántate, sacúdete, avienta la piedra lo más lejos posible, en donde nunca te vuelvas a cruzar con ella, sonríe y continua caminando por haber tomado la mejor elección.