EL ARTE DE LOS MANDALAS TIBETANOS – CIRCULOS SAGRADOS
Breve introducción al arte y significado de los mandalas tibetanos.
Por Lobsang Dawa.
La palabra tibetana para mandala es Khil-Khor, que literalmente significa “el centro y los alrededores”, pero en ocasiones se traduce también como “círculo sagrado”. Existen varios tipos de mandalas empleados para diferentes propósitos. Por un lado, están los mandalas elaborados o visualizados “como una tierra pura de Buda”, los cuales se ofrecen a los seres iluminados y/o a los maestros espirituales con la intención de acumular méritos. Otro tipo de mandalas son los que se utilizan durante una iniciación tántrica, en donde el mandala representa la residencia del Buda relacionado con dicha iniciación y el maestro introduce al discípulo en el significado del mandala como parte del ritual. En este contexto los mandalas que se utilizan para la ceremonia pueden ser pintados en tela, creados con arena de colores o bien, simplemente visualizados. Los mandalas de arena, a su vez, pueden elaborarse a petición de la comunidad con la intención de pacificar desastres naturales, traer paz y armonía a un lugar determinado y sus habitantes, como una bendición durante un retiro de meditación, o para consagrar medicinas en el caso de un mandala relacionado con el Buda de la medicina.
Los mandalas también cumplen con diferentes propósitos de acuerdo con la figura Budica que representan; por ejemplo, Avalokiteshvara representa la compasión; Manjushri, la sabiduría; Vajrapani, la fuerza; Amitayus, la longevidad, etc. Asimismo cada mandala puede prepararse para simbolizar una de las cuatro actividades iluminadas, en este caso el color base de la arena que se utiliza identifica la actividad particular. Así, la base blanca simboliza las actividades de pacificación, la amarilla es para el incremento, la roja para el poder y el azul oscuro para las actividades airadas.
En general, todos los mandalas tienen significados externos, internos y secretos. En el aspecto exterior representan el mundo en su forma divina, en el interior, un mapa mediante el cual la mente ordinaria puede transformarse en la experiencia de la iluminación, y en el aspecto secreto muestran el perfecto balance primordial de las energías sutiles del cuerpo y la dimensión de la clara luz de la mente. Se dice que la creación de un mandala de arena purifica en estos tres niveles.
Antiguamente los polvos para elaborar los mandalas de arena se preparaban con piedras semi-preciosas. Se utilizaba el lapislázuli para el color azul, los rubíes para el rojo, etc. En la actualidad se preparan con polvo de mármol teñido y –en ocasiones– con fina arena blanca de playa.
En general los mandalas de arena se construyen sobre una superficie plana de madera. Antes de comenzar su elaboración, se hace una ceremonia para consagrar el lugar invocando a los seres iluminados como testigos del trabajo meritorio que se llevará a cabo y se pide permiso a los espíritus dueños de la tierra para que no obstaculicen el trabajo. Con ese propósito se realiza la danza de los “sombreros negros”.
Una vez terminada la ceremonia, se comienzan a trazar con gis las líneas que servirán como guía para colocar la arena. Todo esto se aprende de memoria y está basado fielmente en las escrituras budistas; no hay espacio para el error o la improvisación. A continuación se empieza a colocar la arena desde el centro hacia las orillas, simbolizando el hecho de que al nacer sólo somos una gota de esperma y un óvulo, y vamos evolucionando hasta que el universo entero se percibe a través de los sentidos. Cuando el mandala está terminado y llega el momento de desmantelarlo, la arena se recoge de las orillas hacia el centro, representando cómo al morir regresamos de nuevo a la fuente primordial en el centro de nuestro corazón.
Para “dibujar” con la arena, se emplea un cono de cobre llamado chang-bu, el cual tiene ranuras en uno de sus lados y con una varita delgada de cobre se frota suavemente (como en un güiro) de tal forma que la arena sale finamente por el pequeño orificio al final del cono gracias a la vibración. Esto permite crear dibujos extraordinariamente pequeños y precisos.
Cada elemento del mandala encierra un profundo significado y la figura central simboliza al Buda en el cual se basa la construcción del mandala. Así, por ejemplo, el mandala de Avalokiteshvara puede ser identificado por una flor de loto que se encuentra al centro simbolizando a dicho Buda. El mandala del Buda Akshobya se identifica mediante un vajra azul, el de Buda Amitayus por su sílaba raíz al centro del mandala y, en ocasiones, la misma figura del Buda elegido se dibuja con detalle en el centro.
Al observar detenidamente un mandala de arena, podemos ver que es como un palacio visto desde arriba en el cual hay torres, cada una con su entrada hacia una de las cuatro direcciones, a su vez representadas por colores: amarillo para el norte, verde para el sur, azul para el oeste y rojo para el este. En cada una de estas entradas se encuentra un guardián o protector. Es posible identificar también columnas y arcos, alrededor de las cuales se ubican vallas como las de vajras y fuego.
Cuando la construcción de un mandala de arena se termina, se lleva a cabo una consagración en la cual se invoca al determinado Buda para que permanezca en esta residencia. Se agradece a los espíritus locales por no haber creado obstáculos durante la elaboración y se dedican los méritos acumulados por la creación de un mandala para la sanación del planeta y sus habitantes. Al finalizar dicha ceremonia se comienza a recoger la arena y esto cumple con dos propósitos fundamentales: primero, demostrar la impermanencia de los fenómenos (tarde o temprano todo se termina y el apegarnos a lo efímero sólo nos trae sufrimiento); el segundo propósito tiene que ver con el ideal de querer beneficiar a los demás con nuestros actos y por esa razón se reparte la arena entre quienes presencian la ceremonia de clausura como una bendición, mientras que otra parte de la arena se deposita en un cuerpo de agua como un río, un lago o directamente en el mar, con la intención de purificar el ambiente y a sus habitantes, y llevar esa bendición a todos los rincones de la tierra.
El patrocinar, colaborar o simplemente observar la creación y el desmantelamiento de un mandala de arena, tiene efectos purificadores muy profundos para los seres y el ambiente donde se construye. Las deidades y espíritus locales se complacen y se regocijan, por lo cual mandan sus plegarias para que prevalezca la paz y la prosperidad en esa tierra. Los Budas y Bodhisattvas observan desde las tierras puras donde habitan, mandando un lluvia de bendiciones. En breve, son muchos los beneficios tanto temporales como espirituales que se producen al participar en la creación de un mandala de arena.
Fuentes:
1. The Mystical Arts of Tibet. Glenn Mullin, Andy Weber. Longstreet Press. 1996.
2. Instrucción oral de Gueshe Khenrab, maestro residente del Instituto Loseling de México.
3. Instrucción oral de Gueshe Chogyal, ex-maestro residente del Instituto Loseling de México.