Crecer es aprender a decir adiós
Desde que somos pequeños y mientras vamos creciendo, por nuestra vida pasan muchas personas. Conocemos, hacemos amigos, nos relacionamos, nos enamoramos y vivimos experiencias que nos hacen sentir vivos y felices.
Pero, en todo esto, también hay situaciones y circunstancias que nos duelen. Esas en las que a veces nos preguntamos: “¿por qué a mí?”. Una pregunta que en algún otro lugar del mundo otra persona se está haciendo.
Nos creemos especiales, únicos, sin ser conscientes de que formamos parte de un todo. Hay millones de personas en el mundo y, algunas, pasan por nuestra vida llenándola de vida o arrasando con ella.
Creer firmemente que nada dura… te ayuda a hacer que las cosas acaben durando
-Risto Mejide-
La vida es como un tren
Cada uno de nosotros está subido en un tren. Un tren que avanza, que a veces se para, que va más rápido o más despacio dependiendo del momento y las circunstancias.
En este tren que es nuestra vida se suben personas. Algunas de ellas se quedan durante un largo periodo de tiempo, pocas se quedan en ese tren con nosotros para siempre. Pero, hay otras muchas que continuamente suben al tren y bajan, pasando, en ocasiones, inadvertidos.
En algunos momentos podemos tener las puertas de nuestro tren más abiertas que en otras. Pero, ¿qué ocurre cuando hay personas que en nuestro tren se bajan o se tienen que bajar?
Aunque esas personas se hayan subido a nuestro tren, nosotros no podemos impedirles que se quieran marchar. No tenemos poder sobre ellas. No podemos controlarlas como queramos.
La vida es como un viaje en tren. Algunos comienzan el viaje junto a ti, otros se suben a mitad del camino, muchos se bajan antes de llegar, pero muy poco son los que permanecen hasta el final
Una vez hayas aprendido que no puedes controlar a las personas que entran en tu vida, en tu tren, te será más fácil aceptar que se vayan, que se alejen de tu vida.
¿Sabes por qué en ocasiones un familiar que se muere, una relación que se rompe, un amigo que deja de serlo nos destroza? Porque como humanos que somos, nos apegamos a las personas.
Suele decirse que el apego es negativo, porque es como agarrar una cuerda y por mucho que nos esté haciendo daño no la soltamos. La verdad es que es tan solo cuestión de comprenderlo y aceptarlo, pues es algo innato a nosotros mismos.
Suelta la cuerda de las ataduras emocionales
Muchas son las personas que se pueden apegar a algo material, pero muchas otras sufren de apego emocional. Un apego que les hace sufrir, querer, amar, es sinónimo de dolor. Algo incongruente, ya que estas emociones que son muy positivas no deberían convertirse en todo lo contrario: dolor.
Sin quererlo, como estamos cómodos y felices, deseamos que aquellas personas a las que estimamos y queremos estén con nosotros siempre.
Esto suele suceder mucho en las relaciones de pareja, en la que llegado el punto dejamos de ser hasta nosotros mismos, pensando por dos, cuando deberíamos seguir pensando individualmente.
Nos enseñan a cómo querer, cómo se respeta, cómo hacer amigos, cómo hablar, cómo darle la bienvenida a alguien… pero nunca nos han enseñado a cómo despedirnos de las personas.
Del apego surge el sufrimiento; del apego surge el miedo. Para aquel que está libre de apego, no hay dolor y mucho menos miedo
-Buda-
Las personas que pasan por tu vida suelen entrar y salir de tu tren, pero muy pocas, poquísimas, son las que se pueden quedar hasta el final.
Esto es algo que debes comprender y debes saber que si tu bienestar y tu felicidad dependen de si las personas se quedan para siempre en tu vida o no, estarás siempre en un vaivén de emociones que te lleven desde la felicidad más extrema al dolor más profundo e intenso.
Fíjate en ti mismo. ¡Cuántas veces has salido de la vida de otras personas! Tú también te has subido a trenes ajenos y, probablemente, nunca querrías que te obligasen a estar en ese tren en el ya querías bajarte.
En nuestra mente, siempre que nos despedimos de alguien, automáticamente salta la esperanza de volver a ver a esa persona. ¿Y si no es así? Debemos aprender a despedirnos de verdad, a poder decir adiós a esa persona especial que ha fallecido, a esa pareja que nos ha dado tantos años de felicidad, a esos hijos que ya es momento que vuelen de su nido.
Aprendemos a dar la bienvenida y aprendemos a despedirnos siempre con una esperanza de regreso. Aprende a despedirte, de personas, de emociones, de ilusiones, de situaciones… Porque todo tiene fecha de caducidad y ese dolor que sientes, ese abandono que ahora padeces, también pasará.
El día que te das cuenta de que crecer va a significar despedirse de personas, situaciones, emociones, memorias, ilusiones e incluso amigos que se supone iban a estar para toda la vida. El día que ves que crecer significa conocer cada día más gente que ya murió. El día que te das cuenta que te despides mejor que hace un año. Que ya no te sorprende que la gente desaparezca de tu vida. Ese día estás aprendiendo a decir adiós, ese día estás creciendo
-Risto Mejide-