RINCÓN del TIBET

Compararte con otros es un acto de violencia en contra de ti

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Compararte con otros es un acto de violencia en contra de ti mismo

Nunca hay que compararnos, porque todos deberíamos saber que somos únicos, y más que saberlo internalizarlo, porque esa condición nos permite transitar con mayor consideración en lo que respecta a nosotros mismos. Pasamos más tiempo comparándonos con otros que apreciando nuestra vida. Ponemos de referencia a otras personas para alcanzar sueños, para ejecutar acciones, para criar a nuestros hijos, para tener pareja.

Pero difícilmente nos tomamos el tiempo necesario para sacar de nosotros lo mejor, inventando nuevos métodos, haciendo realidad esas ideas que pueden parecer descabelladas, rompiendo paradigmas o simplemente dejando de tratar de encajar en los moldes de una sociedad.

Todas esas reglas y parámetros fueron establecidos por generar una normal, pero que algo esté dentro de unos parámetros, no significa que sea la mejor manera de hacerlo. Hay miles de caminos, no nos dejemos limitar por los recorridos, esos con abundancia de gente no nos llevan a donde realmente debemos estar.

Perdamos la costumbre de medirnos con respecto a alguien, qué variables serían útiles, qué tan feliz es esa persona, qué tan rápida, qué tan inteligente, qué capacidad tiene para conseguir pareja, cuánto dinero tiene, qué vida tan linda tiene… Todo esto es particular y depende de muchos factores, sin contar que la mayoría de las cosas que vemos en los otros no corresponde a una realidad, sino a una necesidad imperiosa de aparentar, de proyectar algo que puede ser incluso muy distinto a lo fiel.

Las comparaciones no son de utilidad, no tiene sentido sentirnos más o menos que nadie, no tiene sentido mirar con lástima o con envidia a alguien más. Nuestras comparaciones deben estar enfocadas a nosotros mismos, sin juzgarnos, procurando cada día ser mejores que lo que fuimos el día anterior, trabajar por lo que se quiere, tratando de dar lo mejor y esperando siempre de la vida lo mejor.

No aceptemos comparaciones de nadie y si tenemos hijos no caigamos en el clásico error de ponerle a alguien más de referencia. Cada ser es único, con talentos, sueños, personalidades, creencias únicas, ya suficientemente adoctrinados estamos como para adicionar patrones adicionales.

Temémonos tiempo para conocernos, para saber qué nos gusta, qué nos mueve, qué nos hace vibrar y cuando descubramos nuestras pasiones, entenderemos que las comparaciones no tienen sentido, que seremos felices dedicando nuestro tiempo a lo que nos hace bien. Aprendamos a valorar, a ser empáticos, a ser humildes y compasivos con quienes nos rodean y tengamos la capacidad de admirar sin sentir envidia, de ayudar sin sentir lástima y de crecer sin compararnos.

Por: Sara Espejo –Rincón del Tibet

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