Antes de gritarle a tu hijo, determina si no eres tú quien necesita una reprimenda
La mayoría de los casos en los cuales los padres se ven en la necesidad de gritarle a los niños, especialmente en aquellos en los que lo hacen en los peores términos, llegando a maltratarlos verbal o físicamente, no tienen tanta relación con las acciones del niño como tal, sino con lo que esté realizando el adulto y los potenciales cambios de plan, interferencias e interrupciones.
Debemos entender y aceptar que los niños no vienen con un interruptor y que su condición natural y sana será llamar la atención de sus padres para jugar, para conversar, para sentirse protegidos, para aprender y para satisfacer sus necesidades, desde las más básicas como alimentarse, hasta aquellas relacionadas con su autoconocimiento y manejo emocional.
Dentro del desarrollo del niño, debemos comprender sus etapas y llevarlos de la mano, haciéndoles sentir seguros y acompañados en cada una de ellas. La primera opción de los niños será jugar y explorar en compañía, preferiblemente una que participe de sus juegos y con quien pueda poner la imaginación en un avioncito de papel, volar alto y hacer piruetas a su paso. Sin embargo, cuando esa compañía no está disponible, los niños están en la capacidad de experimentar por sí mismos, llegando a adentrarse en travesuras e inclusive situaciones que los pongan en riesgo, pero por ello no siempre debemos gritarles.
Sin embargo, en condiciones normales, esto no habla de que el niño tenga algún problema, sea hiperactivo, tenga déficit de atención, ni ninguna de las patologías con las cuales quieren etiquetar a muchos de los niños de hoy en día, que parecen no tener ni siquiera libertad para ser ellos mismos, sin que quieran inclusive apagarlos a través de un ansiolítico.
Los niños, ¡son niños! Nosotros somos los adultos, pero eventualmente, aunque no lo recordemos, en algún momento fuimos esos pequeños, que quisimos correr, que nos levantaran para tocar el techo con una mano, que nos poníamos una capa en la espalda, quizás con alguna funda de almohada y nos sentíamos listos para volar, esos niños que veíamos con admiración a nuestros padres y en muchos casos queríamos ser como ellos… Niños que aún llevamos dentro, pero que la mayoría se encarga de ignorarlo.
En general los niños, inclusive los que son recetados, los que son maltratados, no tienen una condición diferente a la de ser niño, aprendiendo, descubriendo y adaptándose a un entorno, el problema lo genera la incomprensión de justamente ese entorno, la falta de libertad y la tijera con la que le cortan las alas desde muy temprana edad.
Los padres, como siempre estamos ocupados, muchas veces no tenemos la suficiente paciencia como para asimilar las demandas de los niños. Nos parece que sus energías son inagotables, que nunca están tranquilos, que el tenerlos en múltiples actividades a la semana, parece no bastar para que drenen esa energía y lleguen a su casa a dormir y a dejarnos descansar.
Lo bueno y lo malo en simultáneo, es que esa etapa pasa corriendo, que en un abrir y cerrar de ojos ya no tenemos los desastres, ni las travesuras, ni a un niño pidiéndonos que juguemos con él o le contemos un cuento… No desperdiciemos el tiempo que podamos dedicarle a nuestros niños y evitemos gritarles por todo lo que hace.
No será tan importante que practique cuatro deportes, hable dos idiomas, toque un instrumento antes de los 8 años. Lo mejor para su desarrollo, para darle las herramientas que lo ayudarán a ser feliz, a ir tras sus sueños y sentirse pleno y realizado con lo que haga, será nuestro tiempo, nuestro amor y sobre todo nuestro respeto, el no vulnerarlo o maltratarlo, mientras aprende, sino acompañarlo en ese proceso.
Que ningún niño tenga que ser maltratado al gritarle, ni sentirse mal por hacer lo que tiene que hacer: jugar, reír, aprender, correr y demandar afecto y atención, si debe hacerlo de una manera inadecuada, es porque las vías naturales no le han rendido frutos. Así que antes de gritarle a un niño, evaluémonos nosotros mismos y criemos a niños que no tenga que recuperarse de sus infancias.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet