RINCÓN del TIBET

Extractos de un tibetano en el exilio. (Parte 1ª)

D. me recibe frente a dos humeantes tazas de té. Empezamos comentando el terrible terremoto que ayer sacudió Nepal, uno de los países que han sido su hogar durante su largo exilio. Todavía leo la consternación en sus ojos.
D. es un joven tibetano de unos 30 años. Prefiere no revelar su nombre y permanecer en el anonimato. Hace poco más de medio año que llegó a España y no quiere que su historia personal y familiar pueda empañar el largo y arduo proceso que está llevando a cabo para regularizar su situación en España.
Hoy mantenemos la primera de una serie de entrevistas en las que me contará sus experiencias personales, su historia familiar, su particular drama que podría ser el de cualquier refugiado tibetano.
D. nació en una remota aldea en la parte este de Tíbet. Pertenece a una familia de campesinos. Es el tercero de cuatro hermanos. Pasó sus primeros años de vida entre montañas, yaks, burros, cabras y ovejas.
Recuerda el día en que llegó a casa después de estar fuera con el rebaño: cuando entró en la cocina, sus padres hablaban con un hombre. Todos se volvieron a mirarle y su madre se levantó hacia él llorando y compartió la decisión que habían tomado: el día siguiente partiría junto con un pequeño grupo con destino a India. Veo cómo se empañan sus ojos buscando entre sus recuerdos y viéndose entonces, con unos 8 ó 10 años.
Me pregunto qué lleva a unos padres a mandar a un hijo tan pequeño lejos, con un largo y peligroso viaje de por medio, y contemplando la posibilidad de no volver a verlo jamás. Pero ¿quién soy yo para juzgar una situación tan desconocida para mí? D. lo tiene claro: sus padres albergaban la posibilidad de que al menos uno de sus hijos creciera libre y tuviera la oportunidad de estudiar. Me mira orgulloso y me dice que su sueño se ha visto cumplido.
Le pregunto acerca del viaje, y pese a que era solo un niño algunos recuerdos permanecen frescos en la memoria. Viajó con un grupo de unas 12 personas en el que solo había dos niños: él y una pequeña. Su padre le acompañó hasta la pequeña ciudad donde tomaron el primer autobús. Como él, muchos familiares hicieron el camino a pie, unas 3 horas, hasta ese bus que partía lleno de miedos y esperanzas. Tras las despedidas comenzaron su viaje con destino a Lhasa. Por aquel entonces, probablemente 1994, las comunicaciones no eran buenas y el viaje fue largo. Durante el camino, el bus tuvo que atravesar altas montañas y recuerda la angustia que vivió entre aquellos angostos caminos, mareado… Su pequeño cuerpo se hinchó tanto que estuvo varios días sin poder caminar.
Tras Lhasa, Shigatse, donde su guía les comunicó que empezaba su periplo a pie para evitar a la policía china: si averiguaban que iban a India les detendrían. Debían fingir que iban de peregrinaje al “Mount Kailash”, una montaña sagrada para budistas, hinduistas y jainistas.
Empieza entonces una aventura que pudo costarles la vida. El gélido invierno de esa inhóspita región les acompañó durante todo el trayecto. Anduvieron durante 22 días sin descanso: a veces con nieve hasta las rodillas, racionando los víveres hasta que se quedaron sin alimento, atravesando barrancos, ríos…. Le vienen a la memoria varias anécdotas: el día que el que cruzaron un puente colgante que se balanceaba peligrosamente y donde debían cruzar uno a uno por su gran inestabilidad; o el día que cruzaron un gran río donde flotaban grandes bloques de hielo y el agua llegaba hasta el cuello de los adultos: tuvieron que fabricar una larga cuerda atando sus ropas para poder cruzar con seguridad de orilla a orilla. D. y la otra niña cruzaron a hombros de dos adultos aunque me confiesa que fue incapaz de abrir los ojos hasta que tocó tierra firme; o cuando debían caminar durante la noche para cruzar los puestos de control de la policía china sin ser vistos.
Ahora se le ensombrece el semblante cuando me narra el momento en el que, ya en territorio nepalí, son arrestados por la policía. El sueño estaba muy cerca para que terminara así. Son arrestados y encarcelados durante varios días, los hacinan en una celda demasiado pequeña, sin apenas comida y donde no es posible ni estirar las piernas pues no hay espacio para todos.
Tras unos días traen a una mujer nepalí que habla tibetano y le piden que interceda ante la policía: solo quieren llegar a India a reunirse con el Dalai Lama. Como aún les queda algo de dinero, consiguen que la policía nepalí les envíe a otra comisaría donde reciben la visita de un hombre tibetano que les dice que no se preocupen, que están a salvo y que mañana serán comprados. La mente de ese niño no entiende por qué van a comprarles, aunque hoy puede explicarme que así es como funcionaba entonces: el gobierno tibetano en el exilio pagaba a Nepal por los tibetanos exiliados que llegaban. Y así fue, ¡por fin eran libres!
De allí les enviaron a un centro de acogida en Delhi donde pasaron unos días, y de ahí a Dharamsala, al norte de India, ciudad en la que vive el Dalai Lama junto a una importantísima comunidad de refugiados tibetanos.
D. tuvo la oportunidad de crecer y estudiar en la escuela del Dalai Lama. Ha pasado la mayor parte de su vida entre Dharamsala y Nepal. Pese a que tiene un documento de identidad de India, éste no le da derecho a ningún servicio indio, no puede viajar libremente, no tiene un pasaporte, no tiene nacionalidad, no tiene país…
Lo que para cualquiera de nosotros, ciudadanos occidentales, es algo con lo que prácticamente nacemos y no se nos niega o cuestiona, en muchas partes del mundo es solo un sueño con pocas posibilidades de hacerse realidad. Por eso, debemos hacernos conscientes de la precariedad en la que día a día luchan tantos seres humanos por conseguir algo tan necesario como incuestionable: la libertad.
Y yo me uno a ese sueño por el que todos los seres humanos, no importa lugar, raza, religión o creencias, podamos vivir en libertad.
Desde su salida de Tíbet en 1994, D. solo ha visto a su familia una vez. Pero esta… es otra historia. Gracias D. por haber compartido conmigo estos fragmentos de tu cruzada personal hacia la libertad.

Thasi Delek.

FDO. NELA F.

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