Permitir que el otro sea como es, es una de las claves de la felicidad
Todos tenemos un controlador por dentro en mayor o menor medida, que se cree dueño de la verdad, que piensa que sus maneras son las mejores y que los demás se beneficiarían en gran medida si optaran por los pasos que sugerimos seguir.
Resulta que cada quien tiene su manera, que cada quien es libre de elegir su camino y cada quien tiene argumentos para ello. Dentro de esos argumentos, el de mayor validez y el que con más frecuencia ignoramos, es que es su derecho. Cada uno de nosotros tenemos la potestad de equivocarnos, de rectificar, de abrir nuevas rutas, se intentar ser nosotros mismos sin que alguien más intente cambiarnos o acorralarnos.
¿Notamos que tan justo suena cuando hablamos de nosotros mismos, el hecho de tomar el lápiz que nos fue otorgado para escribir nuestra vida?
Pero muchas veces nos resulta complicado respetar el hecho de que el otro quiera escribir su historia sin apuntadores.
Cada quien es como es
Ninguno puede aprender por otra persona, ninguno puede sufrir lo que el otro sufre, ninguno puede madurar por alguien más, nadie enferma por otra persona… Cada uno de nosotros está acá creando su propia vida, con mayor o menor influencia externa.
Aunque no podemos vivir por otros sí podemos agregar o quitar a sus procesos, podemos introducir creencias en sus vidas, podemos juzgar, podemos apoyar, podemos intentar colaborar con la vida de alguien más o simplemente darle la libertad a cada quien de ser como es sin muchas interferencias en sus procesos.
A veces con la excusa de que alguien nos importa, que le apreciamos, e inclusive que le amamos, nos tomamos la libertad de limitar a esa persona a hacer lo que creemos conveniente, porque mientras más cercano es el nexo, menor es la permisión.
“El amor está lleno de trampas. Cuando quiere manifestarse, muestra apenas su luz, y no nos permite ver las sombras que provoca.”― Paulo Coelho
No tomemos el amor como una excusa para moldear a alguien a ser lo que nos gustaría, el amor representa libertad, libertad para amar, para decidir, para crear, para ser…
La mayor muestra de amor que le podemos dar a alguien es ayudarle a descubrir sus alas e invitarle a volar. Quizás podamos acompañarle en su vuelo, o podamos ayudarle en caso de algún contratiempo en su camino. Pero la satisfacción más grande será permitirle decidir qué desea hacer con su vida.
El permitir a los demás ser, nos aligera de una carga que asumimos por capricho, en donde nosotros mismos nos convertimos en nuestros torturadores, afectándonos por lo que en definitiva no está a nuestro alcance decidir.
Date la libertad de permitir y observa cómo de pronto tu relación con el mundo exterior, mejora de manera considerable, apreciando que la felicidad no va de la mano con el control.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet