Lo que duele no son las acciones sino quien las realiza
Cuántas veces no nos vemos de forma particular afectados por algo, un agravio, una discusión, una crítica, una acción recibida, una presencia o una ausencia… Esto forma parte de nuestro día a día, de nuestra vida, pero la mayoría de las veces no prestamos suficiente atención para darnos cuenta de que no es tanto la acción la que nos duele o nos marca, es la persona a la cual le otorgamos el poder de afectarnos de una forma u otra.
No es lo mismo que el vecino al que ocasionalmente vemos en las áreas comunes nos dé a una mala respuesta a nuestro cordial saludo a que lo haga nuestra pareja, nuestro hijo o una persona que tiene un lugar importante en nuestras vidas, esto por poner un ejemplo bastante básico y cotidiano.
Nuestras emociones son el resultado directo de nuestros pensamientos, qué pasa cuando el vecino es descortés? Nada especial… decimos quizás: ha tenido un mal día o qué vecino tan maleducado, pero no nos enganchamos a pensar en el porqué de su respuesta, sencillamente porque no nos importa y tenemos normalmente mejores cosas en que ocupar nuestra mente, al no producirse la respuesta emocional requerida por un pensamiento o una cadena de ellos, nuestro cuerpo emite una pequeña o nula respuesta emocional, no nos sentimos ofendidos, ni tratamos de encontrar una explicación ante un gesto recibido.
Mientras que si es una persona con la cual nos sentimos conectados, de la cual tenemos alguna expectativa quien realiza una acción que consideramos inadecuada, pues nuestro cerebro crea una tormenta de pensamientos asociados que nos despierta de forma automática una respuesta emocional, que nos hará sentirnos dolidos, decepcionados, molestos y quizás hasta temerosos por interpretar una señal como indicador de que las cosas no van bien y que una acción por grande o pequeña que sea puede incluso representar el fin de un vínculo establecido.
Ahora bien, qué sería lo más sano en nuestra conducta habitual? Que sin dejar de hacer una interpretación de lo que ocurre en nuestro entorno, no nos tomemos las cosas de forma personal, que tratásemos de observar sin juzgar, sin etiquetar como bueno o malo, que no nos identifiquemos con la situación y que podamos ser tan objetivos ante las acciones que recibimos, que prácticamente de lo mismo si la recibimos de nuestra pareja o si lo hacemos del vecino.
Para bien o para mal, no resulta tan práctico en la vida real, sin embargo, mientras menos pasionales seamos en la reacción ante nuestros afectos, será mayor la probabilidad de que llevemos una vida más feliz, que tomemos el control de nuestras emociones a través de los pensamientos que desarrollamos e inclusive que nuestras relaciones se fortalezcan como consecuencia de evitar resentimientos generados por nuestra mente ante acciones que no lo requerían o sencillamente filtremos mejor nuestro entorno y nuestros afectos.
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