RINCÓN del TIBET

Es una pena no decir lo que sientes

Muchas veces callamos lo que sentimos, por múltiples motivos, porque nos parezca inadecuado o fuera de lugar, porque sentimos que podemos resultar lastimados o bien lastimar a alguien exteriorizando aquello que llevamos dentro.

La prudencia no justifica no expresarnos

Está bien que seamos prudentes y que midamos las consecuencias de aquello que sale de nosotros, en especial cuando hay más personas involucradas. Sin embargo, debemos encontrar la manera de drenar aquello que nos hace peso y que quizás queremos gritarle al mundo.

No necesitamos hacerlo, no tenemos que ir a la casa de una expareja a plantearle que seguimos enamorados de ella, sabiendo que se ha casado y está feliz con su familia. Realmente tenemos que ser responsables con lo que hacemos, entendiendo que pueden haber afectados. Pero sí necesitamos darle salida de nuestro sistema.

A veces podemos ir con un terapista que nos ayude a canalizar alguna emoción, otras veces podemos acudir a una persona de confianza y pedirle simplemente que nos escuche, podemos escribir una carta y luego quemarla, podemos publicar un artículo anónimo si pensamos que podemos hacerle daño a alguien…

En los mejores casos podemos simplemente darnos el espacio de decir lo que sentimos, lo que opinamos, lo que hemos pasado, de cara a alguien que quizás tenga interés de saberse involucrado en algo que quizás para nosotros representa un dilema.

El decirle algo a alguien que sentimos debe escuchar, muchas veces no mejorará las cosas, pero sí podemos sentir un peso menos, una carga liberada en cada palabra que pronunciamos. Incluso si esta persona no reacciona como nos gustaría, nosotros sentimos una necesaria liberación.

No se trata de pasar la carga de unas manos a otras, se trata simplemente de salir de ella, de quitarla de nuestro interior, donde muchas veces se enquista y termina por hacernos mucho daño. Así como nuestro cuerpo rechaza los cuerpos extraños, los encapsula y muchas veces los expulsa. Nuestro sistema emocional procura que exterioricemos o canalicemos cada emoción que nos tenga el potencial de hacernos daño.

Cada experiencia vivida nos deja una emoción asociada a la interpretación y a la integración de lo que ocurrió. Si esa emoción no nos conecta con el bienestar, sino que por el contrario nos roba energía vital cada vez que aparece al recordar un evento de nuestro pasado, es necesario procurar la sanación.

Muchas veces la sanación comienza cuando validamos los daños, los reconocemos y entendemos que hay cosas que no hemos dicho, que quizás nos hemos escondido hasta de nosotros mismos. Permitirnos sentir no nos hace débiles, las emociones las tenemos a la orden del día para que sepamos cómo estamos procesando una experiencia.

Si sentimos tristeza, vergüenza, rabia, remordimiento, culpa… Debemos permitirnos la presencia de esas emociones y el mejor tratamiento para sustituirlas será el perdón a otros y a nosotros mismos, reconociendo lo que ocurrió, entendiendo que cada quien hace lo mejor que puede y sacando de nosotros la semilla germinada que nos quita cada día más espacio. Debemos cambiar la manera en la cual vemos las cosas y crecer emocionalmente.

Quedarnos callados nos lastima, debemos aprender a expulsar lo que puede estar dentro haciéndose más fuerte, debemos aprender a expresar lo que sentimos, entendiendo que hay mil maneras para ello.

Escucha a tu cuerpo

Escucha a tu cuerpo, siente sus molestias, sus tensiones… Nuestro cuerpo nos habla constantemente, pero raras veces lo interpretamos adecuadamente. Por lo general lo mandamos a callar con cualquier analgésico, sin notar que ese es el síntoma y que la raíz de todo, el verdadero problema, normalmente tiene que ver a un manejo emocional inadecuado.

Si quieres mantener una salud integral, en donde tu cuerpo y tu mente estén en sincronía, dale atención a tus emociones y saca cualquier mala hierba que se haya ido formando en tu interior, exprésate, perdona, cambia tu perspectiva, trabaja sobre tu subconsciente, pero no permitas que tu jardín se vuelva inhóspito entre la maleza acumulada.

Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet

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