Aceptar que nuestros padres no son lo que esperamos, es un paso primordial para sanar
Nuestros padres son las figuras más importantes desde el momento inicial de nuestras vidas, partiendo evidentemente por ser el canal a través del cual llegan a esta experiencia. Así como normalmente son fuentes de recursos, de cuidado, de amor, de atención, de seguridad, pueden ser los que marquen de forma inclusive negativa la vida de los hijos, aun cuando las intenciones son otras.
Ser padres es un rol que lleva consigo una gran responsabilidad, implica la formación de un ser único y la contribución a sus primeras creencias y sus valores fundamentales. Adicionalmente a las acciones u omisiones de los padres, está una cuota bastante representativa que es la interpretación de cada una de las acciones de los padres por parte de los hijos.
Luego tenemos dos ramas, la realidad y la interpretación y una connotación negativa en cualquiera de las dos, genera casi de manera inevitable una marca en el hijo, que seguramente alguna secuela generará en su vida.
Más allá de lo vivido durante la infancia, si fuimos o no amados como nos hubiese gustado, si tuvimos o no nuestras necesidades primarias básicas, generalmente habrá en nosotros algún vestigio de insatisfacción e incluso heridas que debemos sanar con nuestros padres con el fin de no extender en tiempo, las dolencias de ellas en nuestras vidas.
Un mecanismo accesible para la mayoría que resulta de utilidad para sanar las heridas que sentimos que generaron nuestros padres, que de hecho aun cuando lo tenemos de manera consciente nada que reclamar, resulta sanador y liberador, consiste en aceptar a nuestros padres tal cual son o fueron con nosotros y con sus vidas en general.
Es muy sencillo juzgar a otros y especialmente a los padres, que por tener un nexo tan cercano, podemos conocer bastante bien, o al menos tener suficiente material para evaluar de manera crítica sus acciones.
En términos generales, los padres quieren para sus hijos lo mejor, incluso para ellos mismos, pero el hecho de querer algo no significa necesariamente que sabemos qué hacer para que ello ocurra y los errores que cometemos como padres pueden ser muy determinantes para nuestros hijos.
Más allá de lo que nos gustaría recibir como hijos, más allá de lo que pensamos que podemos nosotros hacer como padres, más allá de lo que quisiésemos para la vida de quienes nos dieron la vida, a nuestros padres debemos aprender a liberarlos de responsabilidad. Debemos sanar las heridas, debemos perdonarlos por lo que consideramos hayan hecho de manera inadecuada y haya traído consecuencias negativas y también debemos perdonarnos a nosotros si consideramos que pudimos haber hecho las cosas de una mejor manera.
Un resentimiento hacia un padre nos marcará por siempre, el aceptar y perdonar nos permitirá no solo sanar la relación con ese progenitor, sino que de manera automática nos ayudará a sanar otro tipo de relaciones, en las cuales probablemente hemos repetido patrones y hemos atraído a nuestras vidas, con la finalidad inconsciente de sanar la herida que en otro tiempo se generó.
Aceptar y perdonar a nuestros padres, liberarlos de responsabilidades y permitirnos romper los patrones generacionales es el primer paso para sanar y fomentar otro tipo de vínculos en los cuales no tengamos que plasmar el dolor que inconscientemente arrastramos.
Siempre habrá críticas, siempre habrá una mejor manera de haber hecho las cosas, no importa si los padres están presentes o no, el aceptarlos tal y como fueron o son, sin mayores pretensiones, sino por el contrario, con el mayor agradecimiento por darnos la vida, es la llave para sanar nuestro corazón y liberarnos de una carga innecesaria que tiene la capacidad de opacar cualquiera de nuestras acciones y relaciones.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet