RINCÓN del TIBET

A oídos necios…

A oídos necios…

 

Se cuenta que en el monasterio donde residía este monje, un hombre anciano pero de gran lucidez mental, había una buena cantidad de novicios, además de otros monjes. Todos, casi sin excepción, se dedicaban a recitar las escrituras, practicar meditación y efectuar ciertas ceremonias litúrgicas. Sin embargo, dos novicios rompían la regla.

Estos dos monjes a menudo se ausentaban de estas actividades e incluso se mofaban de sus compañeros. El abad era un hombre muy paciente y, aunque conocía perfectamente la actitud de sus discípulos, nada decía. Prefería dejar pasar el tiempo para ver si ellos mismos comprendían su equivocada actitud. Como era de prever, el tiempo pasó y nada cambió.

Entonces, el abad hizo llamar a los dos jóvenes y les atendió en su propia celda. Sin intención de reprenderlos, les dijo:

-Aunque cada persona debe responsabilizarse por sus actitudes, soy vuestro maestro y tengo que advertiros de que la indolencia se ha apoderado de vuestras vidas. Es evidente que estáis consumiendo vuestro tiempo sin siquiera acercaros a la iluminación.

Los jóvenes se quedaron pensativos durante unos instantes. El monje estaba mostrándoles su compasión. Entonces le dijeron:

-Tú nos iluminaste al entrar en este monasterio, nos diste la iniciación. Estamos seguros de que podremos evolucionar sólo con ese poder que nos transmitiste.

Sin hacer ningún comentario sobre ese poder de la iniciación, el lama se limitó a dar a cada uno de los estudiantes un frasquito herméticamente cerrado que contenía sándalo. Les pidió que lo colocaran en sus celdas. Los discípulos siguieron las instrucciones.

Días más tarde, el abad se acercó a sus alumnos que, como ya era habitual en ellos, estaban perdiendo el tiempo. Les dijo:

-Me habéis decepcionado una vez más.

Los jóvenes, sin comprender del todo a qué se refería, le preguntaron:

-¿Por qué?

-Porque no oléis a sándalo.

-¿A sándalo? – protestaron los jóvenes.

-Sí, a sándalo. Hace días os di un esenciero con sándalo y, sin embargo, vuestra piel y vuestras ropas no huelen a sándalo.

-Pero ¿cómo vamos a oler a sándalo si hemos dejado los frasquitos cerrados en nuestras celdas?

-Además de holgazanes, sois unos necios. Os he obsequiado con un esenciero cerrado del mismo modo que os di la iniciación, pero en lugar de utilizarla y desplegar su poder en vosotros mediante la meditación y las prácticas monásticas, os habéis abandonado a esa vida sin sentido. ¿De qué sirve que os haya obsequiado con el más puro sándalo si no lo habéis usado? Si os hubiera dado la iniciación, su llama se habría apagado con vuestra desidia.

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