RINCÓN del TIBET

Sé como un muerto

Sé como un muerto

 

Era un venerable maestro. En sus ojos había un reconfortante destello de paz permanente. Sólo tenía un discípulo, al que paulatinamente iba impartiendo la enseñanza mística. Luego de años de enseñanzas, un día el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:

-Acércate al cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos.

El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro.

-¿Qué te respondieron los muertos? -preguntó el maestro.

-Nada dijeron.

-En ese caso, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos.

El discípulo regresó hasta el cementerio. Con todas sus fuerzas, comenzó a soltar toda clase de improperios contra los muertos. Después de unos minutos, volvió junto al maestro, que le hizo la misma pregunta, y obtuvo la misma respuesta: “De nuevo nada dijeron”.

Y el maestro concluyó:

-Así debes ser tú: indiferente, como un muerto, a los halagos e insultos de los otros.

Otra versión del mismo cuento la encontramos con Buda como protagonista. La enseñanza, en definitiva, es la misma, pero entre los maestros budistas tibetanos, el relato también se cuenta de la siguiente manera.

Durante muchos años el Buda se dedicó a recorrer ciudades, pueblos y aldeas impartiendo sus enseñanzas. Pero en todas partes hay gente aviesa y desaprensiva. Así, a veces surgían personas que desafiaban al maestro y le insultaban ásperamente. El Buda jamás perdía la sonrisa y mantenía una calma imperturbable. Hasta tal punto conservaba la quietud y la expresión del rostro apacible, que un día los discípulos, extrañados, le preguntaron:

-Señor, ¿cómo puedes mantenerte tan sereno ante los insultos?

Y el Buda repuso:

-Ellos me insultan, ciertamente, pero yo no recojo el insulto. Si alguien te quiere entregar un objeto pero tú te niegas a recogerlo, él se queda con el objeto y no tú.

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