Consejos bienintencionados que no ayudan
Partes con la buena intención de ayudar a otra persona y tu aporte sirve de poco o empeora las cosas. Eso ocurre.
Muchas veces es debido a que te centras en aliviar los síntomas, en lugar de enfocarte en la raíz del problema.
Imagina que tú y yo nos vamos a tomar café y me cuentas que estás muy estresado; que se te juntan las presiones y que no sabes qué hacer para sentirte mejor.
Yo, con la buena intención de ayudarte, te sugiero las típicas cosas que son de sentido común: tómate unas vacaciones, haz ejercicio, prueba con la meditación, define tus prioridades, etc.
Tú me miras como diciendo: “Sí, vale. Muy bien.”
Entonces, observando que ninguna de esas propuestas te inspira, te pregunto qué es exactamente lo que te tiene así de estresado.
Ahí es donde sale que estás agobiado por el pago de la hipoteca que se vence este mes y la reciente bronca que has tenido con tu pareja, por la que te sientes fatal.
Y así es como yo entiendo que ninguna de mis sugerencias anteriores va a ayudarte con esos problemas.
Con lo que me contaste al principio, extraje las conclusiones que me parecieron y, en base a ellas, te propuse alegremente unas cuantas soluciones.
Hubiera sido de más ayuda quedarme calladita hasta conocer la raíz del problema.
Más precauciones a tomar cuando se dan consejos
Está claro. Si no conozco bien el problema, voy a ofrecer soluciones al tun-tún, teniendo en cuenta los síntomas o la parte más visible del problema; no la raíz del asunto.
Pero encontrar la raíz no siempre es sencillo. Puede que la desconozca la misma persona que está hablando de su problema.
Y, suponiendo que haya identificado el meollo del asunto, quedan otras cuestiones a tener en cuenta:
Lo que funciona para mí, no tiene porqué funcionar para ti. Cada uno tiene sus prioridades, su punto de vista, sus preferencias, etc.
Y lo que es fácil y obvio para mí, no tiene porqué serlo para ti. A cada quien le parecen fáciles cosas distintas, según sus conocimientos, sus habilidades, sus experiencias, etc.
¿Qué hacer para no meter la pata dando consejos?
¡Ah, no! Esto no es un consejo. Son opiniones, simples ideas lanzadas al viento.
1. Escuchar sin apresurarse a dar soluciones.
En incontables ocasiones, la gente que nos cuenta un problema ya sabe lo que necesita hacer para resolverlo. Lo que quiere es desahogarse, simplemente. Quiere un poquito de atención y nada más.
Lo más importante, por tanto, es esperar a que sea el otro quien nos pida ese consejo.
2. Conocer bien el problema antes de pronunciarse.
Otras veces, nuestro punto de vista puede ser útil; siquiera para que el amigo vea la situación desde un ángulo distinto o considere otras opciones.
Pero, claro, antes de abrir la boca hemos de conocer el problema lo mejor posible, escuchar con la mente abierta y ponernos en el lugar del otro, para que lo que aportamos pueda servirle de algo.
Tal vez atinemos; tal vez, no. Pero, haciéndolo así, aumentamos las probabilidades de decirle algo que ayude.
Imagen: we are the world