No somos fríos por falta de sentimientos, sino por exceso de decepciones
La mayoría de las personas que son clasificadas como fríos, secos, ariscos, etc., llevan a cuestas una gran lista de decepciones que de alguna manera las han convertido en una persona que no corresponde con lo que antes solían ser.
Las decepciones tiene la particularidad de quebrar algo en el interior de quienes la sienten, no importa si luego vuelven a continuar aparentemente como si nada hubiese ocurrido, por más reparado que esté , la decepción deja una huella, una herida, por eso se vuelven fríos y distantes… Sí, sana y mientras menor importancia se le dé a quien no valoró la confianza, la entrega o la inversión de energía de alguien, pues mejor.
Sin embargo, la cicatriz queda, sutil o muy evidente, pero allí, como una marca de guerra, como el recuerdo de haber esperado mucho de quien no estaba dispuesto a ofrecer tanto, de habernos entregado a quien no lo valoró, de haber creído en alguien que tuvo prioridades diferentes… en fin… recuerdos que aunque no le demos mayor importancia nos roban sonrisas y nos hacen querer alejarnos de dolores similares.
Uno de los mecanismos más frecuentes para evitar daños luego de haber sufrido una decepción, es colocar una armadura que nadie o bien pocos sepan penetrar. Esto se coloca cuando se asocia el amor al sufrimiento, cuando tememos salir heridos, cuando evitamos involucrarnos sentimentalmente, cuando dejamos de creer.
Y en medio de esos procesos de protección y cuidado nos volvemos fríos, nos volvemos esquivos, escuchamos con escepticismo las buenas intenciones que manifiestan los demás y hasta con lástima, a aquellos que profesan su fe en el amor y en las relaciones, convencidos de que solo es cuestión de tiempo que las decepciones los alcancen.
El permitir que algo de nuestro pasado nos convierta en quien por naturaleza no somos, es darle mucho más poder a lo que no lo vale sobre nosotros, es asumir una mala experiencia desde lo que nos quitó, cuando sin duda es mucho lo que podemos rescatar de cada situación, especialmente cuando de decepciones se trata.
Podemos ver las decepciones como ese regalo para sacarnos de un lugar que no resulta conveniente para nosotros, para dejar de invertir nuestro tiempo y energías en algo que no lo merece, para darnos cuenta de que no siempre las cosas son como quisiésemos, pero aun así vale la pena la experiencia.
Las decepciones son parte de la vida y se hacen presentes cuando esperamos que las cosas resulten como esperamos, pero cuando dejamos las expectativas a un lado y apreciamos las situaciones y personas desde la libertad, desde la empatía e inclusive desde la compasión, restamos probabilidades de ocurrencia y si pasa, no nos afecta tanto y sin duda, nos evitamos el hacernos cada vez más fríos, sino por el contrario, cada vez más humanos, con capacidades de entender, aceptar e inclusive seguir amando.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet